viernes, 20 de enero de 2017

"... el relato que enmarca nuestras vidas es perverso."


Una de las mayores tragedias de vivir en este país, es que el relato que enmarca nuestras vidas es perverso. 
Pervertir es dar vuelta. 
Poner lo verdadero en el lugar de lo falso y viceversa. 
Como el proyecto de la clase dominante es un "no proyecto", es decir, someterse al imperio colonial de turno y no producir más que lo que ese poder le indique, es un país en el que no se produce de verdad.
Se deja, según la época, que la naturaleza haga su tarea: hoy multiplicando soja, ayer vacas, y así. 
Producir, desarrollar una industria, liberar todas las energías materiales y humanas, es algo que a la clase dominante no le importa. 
Más bien sueña con un genocidio que rebaje la población a la mitad, porque ni crecimiento demográfico quiere. 
Entonces, aparece el relato perverso, que disimula esa indolencia, eso que está más allá de la holgazanería y la pereza, formas nobles del no hacer como el ocio. 
Las clases altas en el siglo XIX viajaban con barco propio a Europa y al llegar, tiraban por la borda toda la porcelana. 
¿Cómo hacer para que semejantes parásitos pasen desapercibidos si no es sobreactuando exactamente lo opuesto? 
Si el trabajo disciplina, si es un ordenador social, desde qué autoridad le indico a las clases subalternas que lo cumplan. 
Acudo entonces al relato perverso, uno donde se exageran o se inventan las cualidades laboriosas de una oligarquía que solo se mueve para cruzar el océano con una vaca a bordo del trasatlántico.
"Esta fortuna se edificó así", "Los Pereyra Iraola son gente incansable", "este imperio se levantó en torno a un hombre que lo hizo todo". 
De allí se desprende toda una cultura de la simulación. Qué otra cosa sino es el chanta, alguien que está a mitad de camino de la estafa y que según gradúe el daño, entrará en la categoría de simpático o psicópata. 
El obrero no simula. Se rompe el lomo de verdad sin alharacas. O se "tira a chanta", descansando de vez en cuando, pero sin disimularlo. 
Les creo a un Ford o a un Edison que trabajaban, al menos hasta alcanzar la fortuna y explotar a placer a sus trabajadores. 
Pero no les creo porque fueran protestantes o excepcionales.
Les creo porque la dinámica de esa sociedad, que sí liberaba todas sus potencialidades, los empujaba a eso. 
Pero aquí tal cosa nunca existió, o solo pasó con los gobiernos peronistas. Entonces, sí, una de técnicos, científicos, Pulquis, profesores, albañiles, costureras y trenes, cocineros y Justicialistas, pintores y Estancieras, mecánicos y ARSAT's daban cuenta del progreso. 
Como alguna vez le oír decir a José Pablo Feinmann, en Argentina, la Guerra de la Secesión la ganó el Sur. 
Y ahí nos quedamos, entre algodonales y amito de aquí, amito de allá. 
Qué es sino este dedo levantado diciendo quiénes trabajan y quiénes no. 
Qué es este cuchicheo que afirma "ninguno laburaba ahí" y la confirmación científíca con un "se sabe, se sabe". 
Qué es esto de "son todos ñoquis", "agarren una pala", o "si ven un martillo, se hernian". 
Si una transferencia brutal de recursos hace más ricos a los ricos, sus hijos y sus nietos van a ser ñoquis financiados por el estado desde la cuna. 
Si tanto excedente tendrá destino de viaje a Europa en bussiness en vez de trasatlántico, lo que tendremos será más vagos alimentados por un estado que les ha resuelto la vida a generaciones. 
Y si el gobierno abrió la fábrica de desocupados, a quién le pueden achacar no querer laburar, ¿a los expulsados del mundo de la producción? ¿a los futuros piqueteros?
La clase dominante necesita este relato como un modo de legitimación, porque encubre algo más grande todavía: no queremos producir, queremos vivir de la bicicleta financiera como en los setenta, o sin retenciones como en el siglo XXI, y no apostar a ningún proyecto de país. 
Alrededor no hay nada, ni caminos ni vías, ni edificios, ni fábricas ni cine. 
Nada más o menos simbólico o material. 
Mirá si no necesita esa clase dominante, tan parásita, tan nada, que no dejará huella en la historia más que la de unos cuantos fusilamientos, escribir el relato perverso de los vagos, de los ñoquis, de los que lo hacen todo por un chori y una coca. 
Lo más triste es ese pedazo de clase subalterna que lo cree y lo repite, los que se ven a sí mismos como laboriosos, y que en realidad, repitiendo el cuentito , no se toman el trabajo ni de pensar por sí mismos.

Carlos Balmaceda.
https://www.facebook.com/carlos.balmaceda.9889/posts/1728511550796574





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