lunes, 18 de septiembre de 2017

El Coleccionista de Insultos




En un pueblito, cerca de Tokio vivía un gran samurai ya entrado en años, dedicado a enseñar el budismo zen a los jóvenes aprendices. A pesar de su edad, existía un mito de que nadie en la faz de la tierra era capaz de vencerle.

Cierto día un joven guerrero conocido por su bravuconería y falta de escrúpulos, se pasó por la casa del anciano. Este joven era conocido en el pueblo por ser un artista en utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el enemigo hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba de forma implacable hasta que la víctima humillada le pedía perdón.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla. Retó al anciano con el fin de derrotarlo y aumentar así su fama. El viejo samurai aceptó el reto y ambos se citaron en la plaza.
Nada más llegar a la plaza, el joven comenzó a provocar al anciano. Le arrojó piedras, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.
Durante varias horas hizo todo lo posible para tratar de sacar al viejo de sus casillas, pero él permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto por no conseguir provocarlo e impotente, el joven guerrero se retiró de la plaza cabizbajo.
Los aprendices del samurai, decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, le preguntaron:
¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada para defenderse de los ataques? ¿Por qué se mostró tan cobarde ante todos nosotros?

A estas preguntas el viejo samurai repuso:
Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
Por supuesto, a quien intentó regalarlo -respondió uno de los alumnos.
Pues lo mismo vale para la envidia, las ofensas, los insultos y la falta de respeto -añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los estaba “entregando”.

Toda esa energía empleada para ofender o dañar, se convierte en una piedra que se carga en la mochila que el agresor lleva a sus espaldas. Sin darse cuenta, está desperdiciando su energía vital en un intento inútil de ofensa, puesto que si se ignora, esto esta situación revierte en su contra. Por eso, ninguna persona nos humillará si no se lo permitimos.


Cada uno de nosotros decidimos cómo sentirnos ante lo que vemos y/o escuchamos.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Mi alma tiene prisa



Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a manipuladores y oportunistas.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.

Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Sin muchos dulces en el paquete…
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír de sus errores.
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa antes de la hora.
Que no huya de sus responsabilidades.
Que defienda la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quienes los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.

Sí… tengo prisa… 
Por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.

Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas, la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una...
Mario de Andrade 
Brasil 1893-1945