A un día de cumplirse 40 años de la muerte de quien fuera un
líder en la política argentina y a casi 70 años de su 1ª presidencia, Juan Peón
aun hoy despierta debates, polémicas y odios.
Quiero escribir algo en su memoria al cumplirse 40 pirulos de su
desaparición física pero no de su ideología, su filosofía, sus hechos, sus
anécdotas y sus frases que siguen vigentes, aunque estamos en otro siglo y el escenario
social, cultural, económico y político es otro.
Apelar a su último discurso en Plaza de Mayo, el 12 de junio del
74´, me pareció común y corriente cada 1º Julio se repite y Perón fue más que ese discurso de
despedida y la histórica frase “Llevo en mis oídos…”. Nos dejó una doctrina, una
teoría y la forma de hacerlas posibles. No voy a explicar yo a Perón, falta más! basta
leer sus libros para conocer y entender su pensamiento.
Busqué y leí muchos artículos que lo pintaran y encontré éste
que apretadamente lo muestra a meses de derrocado del gobierno tras el feroz
golpe de estado del 55´. Digo feroz golpe porque, contando Perón con el apoyo
del pueblo, la única manera de sacarlo fue a través de los bombardeos a Plaza
de Mayo cuyo número de víctimas hasta ahora es impreciso. GFJ/30-6-2014.
Fecha: 30 de junio de 2014.
Asunción/Paraguay.
Declaraciones del 5 de octubre de 1955 a la United Press del
ex presidente Perón.
Nueva York, 5 (UP). – En el
servicio central de New York la United Press transmitió
el texto íntegro de las declaraciones que el ex presidente argentino, general
Juan Perón, hizo al gerente de la oficina de la Agencia en Paraguay, Germán
Chávez.
El siguiente es el texto de las
preguntas hechas por el corresponsal de la United Press, y las
respuestas del general Perón.
P: ¿Puede, el señor general, dar una información sobre
los sucesos político-militares argentinos, que culminaron con su renuncia a la
presidencia de la Nación?
R: Estallada la revolución, el día 18 de septiembre la
escuadra sublevada amenazaba con el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires y de
la destilería de Eva Perón, después del bombardeo de la ciudad balnearia de Mar
del Plata. Lo primero, de una monstruosidad semejante a la masacre de la
Alianza; lo segundo, la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de
cientos de millones de dólares. Con ese motivo, llamé al ministro del Ejército,
general Lucero, y le dije: “Estos bárbaros no sentirán escrúpulos en hacerlo,
yo no deseo ser causa para un salvajismo semejante”. Inmediatamente me senté al
escritorio y redacté la nota que es de conocimiento público y en la que sugería
la necesidad de evitar la masacre de gente indefensa e inocente, y el desastre
de la destrucción, ofreciendo, si era necesario, mi retiro del gobierno.
Inmediatamente la remití al general Lucero quién la leyó por radio, como
Comandante en Jefe de las fuerzas de represión, y la entregó a la publicidad.
El día 19, de acuerdo con el contenido de la nota, el ministro Lucero formó una
junta de generales, encargándole de discutir con los jefes rebeldes la forma de
evitar un desastre. Esta junta de generales se reunió el mismo día 19 e interpretó
que mi nota era una renuncia. Al enterarme de semejante cosa llamé a la
residencia de los generales y les aclaré que tal nota no era una renuncia sino
un ofrecimiento que ellos podrían usar en las tratativas. Le aclaré que si
fuera renuncia estaría dirigida al Congreso de la Nación y no al Ejército ni al
Pueblo, como asimismo, que el presidente constitucional lo era hasta tanto el
Congreso no le aceptara la renuncia. La misión de la junta era sólo
negociadora. Tratándose de un problema de fuerza, ninguno mejor que ellos para
considerarlo, ya que, si se tratara de uno de opinión, lo resolvería yo en
cinco minutos. Llegados los generales al Comando de Ejército según he sabido
después, tuvieron una reunión tumultuosa en la que la opinión de los débiles
fue dominada por los que ya habían defeccionado. Esa misma madrugada, del 20 de
septiembre, fue llamado mi ayudante, mayor Gustavo Renner, al comando, y allí
el general Manni le comunicó en nombre de los demás que la junta habían
aceptado la renuncia (que no había presentado) y que debía abandonar el país en
ese momento. En otras palabras, los generales se habían pasado a los rebeldes y
me imponían el destierro.
Las causas a que atribuye el
estallido revolucionario
P: ¿A qué causas atribuye el estallido revolucionario?
¿Cree usted que influyó para ello el conflicto con la iglesia? ¿Y el contrato
sobre la explotación petrolífera?
R: Las causas son solamente políticas. El móvil, la
reacción oligarco-clerical para entronizar al “conservadorismo” caduco. El medio,
la fuerza movida por la ambición y el dinero. El contrato petrolífero, un
pretexto de los que trabajan de ultranacionalistas “sui generis”.
P: ¿Estaba en gobierno del señor
general en antecedentes de la conspiración dirigida por el general Lonardi y otros
jefes militares? ¿Es exacto, que la marina de guerra, prácticamente, estuvo en
actitud de rebeldía desde el 16 de junio último?
R: El gobierno estaba en
antecedentes desde hacía 3 años. El 28 de septiembre de 1951 y el 16 de junio
de 1955 fueron dos brotes abortados. No quise aceptar fusilamientos y esto les
envalentonó. Si la marina fue rebelde desde el 15 de junio, lo supo disimular
muy bien, pues nada lo hacía entender así.
P: El señor general en su carta
renuncia del 19 de septiembre, decía que quería evitar pérdidas inestimables
para la nación. ¿Con las fuerzas leales a su gobierno, podría haber prolongado
la lucha? ¿Con probabilidades de éxito?
R: Las probabilidades de éxito eran absolutas, pero para
ello, hubiera sido necesario prolongar la lucha, matar mucha gente y destruir
lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar lo que habría ocurrido si
hubiéramos entregado las armas de nuestros arsenales a los obreros que estaban
decididos a empuñarlas. Siempre evité el derramamiento de sangre por considerar
este hecho como un salvajismo inútil y estéril entre hermanos. Los que llegan
con sangre con sangre caen. Su victoria tiene siempre el sello imborrable de la
ignominia, por eso los pueblos, tarde o temprano, terminan por abominarlos.
P: Se ha publicado que la Alianza Nacionalista constituía
una especie de fuerza de choque. ¿Qué hay de cierto en esto?
R: La Alianza Nacionalista era un partido político como
los demás, combativo y audaz; compuesto por hombres jóvenes, patriotas y
decididos. Eso era todo. El odio hacia esa agrupación política no difiere del
odio que esta gente ha demostrado por los demás. El espíritu criminal, cuando
existe voluntad criminal, es más bien cuestión de ocasión para manifestarse.
Por eso la masacre de la Alianza es producto de un estado de ánimo y de una
ocasión.
No está en condiciones de ir a Europa. Quedará en el Paraguay
P: ¿Exactamente a las 8 del martes 20 buscó usted refugio
en la embajada del Paraguay? ¿Es verdad que el señor general pasó la noche
anterior y toda la madrugada del 20 en la residencia presidencial?
R: Es exacto.
P: ¿Considera usted que en la actual situación política
argentina el partido peronista podrá desarrollar sus actividades? ¿Cree usted
que la CGT mantendrá su anterior estructura y organización? ¿Qué opina el señor
general de la orientación futura de los sindicatos obreros?
R: El partido peronista tiene a todos sus dirigentes
presos, perseguidos o exiliados. En esta forma está proscripto. La masa sigue
firme y difícilmente podrá nadie conmoverla.
P: ¿Qué planes tiene usted para el
futuro? ¿Es verdad que proyecta ir a Europa, y radicarse temporalmente en
España, Italia o Suiza? Si es así, ¿cuándo proyecta viajar a Europa?
R: Permaneceré en el Paraguay, primero, porque amo
profundamente a este pueblo humilde pero digno, compuesto de hombres libres y
leales hasta el sacrificio. Segundo, porque entre mis honores insignes tengo el
de ser ciudadano y general del Paraguay, y tercero, porque me gusta. A Europa
no pienso ir porque no es necesario y porque no tengo dinero suficiente para
hacer el turista en estos momentos, a pesar de la riqueza que me atribuyen mis
detractores ocasionales.
Si volviera a actuar en política regresaría a la Argentina
P: Lógicamente hay gran expectativa sobre sus futuras
actividades, señor general. ¿Piensa usted permanecer al frente de la jefatura
del partido peronista?
R: Dicen que un día el Diablo andaba por la calle se
descargó una tremenda tormenta. No encontrando nada abierto para guarecerse, se
metió en la iglesia que tenía su puerta entornada y, dicen también, que
mientras el Diablo estuvo en la iglesia se portó bien. Yo haré como el Diablo,
mientras esté en el Paraguay honraré su noble hospitalidad. Si algún día se me
ocurriera volver a la política me iría a mi país y allí actuaría. Hacer desde
aquí lo que no fuera capaz de hacer allí no es noble ni es peronista. El
partido peronista tiene grandes dirigentes y una juventud pujante y
emprendedora ya sea entre sus hombres como entre sus mujeres. Han “desensillado
hasta que aclare”. Tengo profunda fe en su destino y deseo que ellos actúen. Ya
tienen mayoría de edad. Les dejé una doctrina, una mística y una organización.
Ellos la emplearán a su hora. Hoy imperan la dictadura y la fuerza. No es
nuestra hora. Cuando llegue la contienda de opinión, la fuerza bruta habrá
muerto y allí será la ocasión de jugar la partida política. Si se nos niega el
derecho de intervenir habrán perdido la batalla definitivamente. Si actuamos,
ganaremos como siempre por el 70% de los votos.
P: El gobierno provisional argentino ha hecho
declaraciones diciendo que implantará un régimen de libertad y democracia.
¿Cree usted que todos los partidos políticos, inclusive el peronista, podrán
actuar libremente?
R: La libertad y la democracia basada en los cañones y en
las bombas no me ilusionan, lo mismo que las declaraciones del gobierno
provisional. Yo ya conozco demasiado de estos gobiernos que no basan su poder
en las urnas sino en las armas. La persecución despiadada y la difamación
sistemática no abren buenas perspectivas a una pacificación. De modo que creo
lo peor. Dios quiera que me equivoque. Ello sólo sería, si esta gente cambiara
diametralmente, lo que dudo suceda.
P: Cualquier otra manifestación del señor general, la United
Press tendrá mucho gusto en difundir en más de 5.000 diarios y
estaciones radiotelefónicas que en todo el mundo tiene el servicio de esta
Agencia de noticias.
R: Por lo que hemos podido escuchar, cuanto sostiene el
gobierno de facto es falso por su base. No podrían justificar su revolución
ante el Pueblo. Ya en sus declaraciones comienzan por confesar ingenuamente que
harán lo que nosotros hemos hecho y respetarán nuestras conquistas sociales. Si
son sinceros es un reconocimiento tácito, si no lo son, peor aún.
Nosotros representamos el Gobierno
Constitucional elegido en los comicios más puros de la política argentina en
toda su historia. Ellos son sólo los usurpadores del poder del Pueblo. Si
llamaran a elecciones libres, como las que aseguramos nosotros, las volveríamos
a ganar por el 70% de los votos. ¿Cómo entonces pueden ellos representar la
opinión pública?
Esta revolución, como la de 1930,
también septembrina, representa la lucha entre la clase parasitaria y la clase
productora. La oligarquía puso el dinero, los curas la prédica y un sector de
las fuerzas armadas, dominadas por la ambición de algunos jefes, pusieron las
armas de la República. En el otro bando están los trabajadores, es decir, el
Pueblo que sufre y produce. Es su consecuencia una dictadura militar de corte
oligarco-clerical y ya sabemos a dónde conduce esta clase de gobierno.
Que es una democracia y que enarbola
banderas de libertad, sólo el gobierno uruguayo y a sus diarios y radios
alquilados puede ocurrírsele semejante barbaridad.
Si la democracia se hiciera con revolucionarios
para burlar la voluntad soberana del Pueblo, yo sería cualquier cosa menos
democrático. El tiempo dará la respuesta a los insensatos que puedan aún
creerlo. Conozco a la gente ambiciosa desde hace muchos años y yo he de
equivocarme fácilmente en el diagnóstico.
Yo hubiera permanecido en Buenos
Aires, si en mi país existiera la más mínima garantía, porque no tengo nada de
qué acusarme, pero, frente a hombres que el 16 de junio intentaron asesinar al
presidente de la Nación mediante el bombardeo aéreo sorpresivo sobre la Casa de
Gobierno, ya que fueron capaces de masacrar a cuatrocientas personas
bombardeando e incendiando el edificio de la Alianza, donde había numerosas
mujeres y niños, ¿qué podemos esperar los argentinos?
Desea aclarar el asunto, su testamento, donaciones
En presencia de la vil calumnia que
ya comienza a hacerse presente, como de costumbre, desde Montevideo, deseo
aclarar el asunto de mis bienes para conocimiento extranjero, porque en mi
Patria saben bien los argentinos cuáles son.
Mis bienes son bien conocidos: mi
sueldo de presidente, durante mi primer período de gobierno, lo doné a la
Fundación Eva Perón. Los sueldos del segundo período los devolví al Estado.
Poseo una casa en Buenos Aires que pertenece a mi señora, construida antes de
que yo fuera elegido por primera vez. Tengo también una quinta en el pueblo de
San Vicente, que compré siendo coronel y antes de soñar siquiera que sería
presidente constitucional de mi país. Poseo además los bienes, que por la
testamentaría de mi señora me corresponden, y que consisten en los derechos de
autor del libro La razón de mi vida, traducido y publicado en
numerosos idiomas en todo el mundo y un legado que don Alberto Dodero hizo en
su testamento a favor de Eva Perón. Además, los numerosos obsequios que el
Pueblo y mis amigos me hicieron en cantidad que justifica mi reconocimiento sin
límites. El que descubra otro bien, como ya lo he repetido antes, puede
quedarse con él.
A mí no me interesó nunca el dinero
ni el poder. Sólo el amor al Pueblo humilde, a quien serví con lealtad, me
llevó a realizar cuanto hice. Con los bienes de mi señora, que, por derecho
sucesorio me corresponden íntegramente, instituí la Fundación Evita, nueva
entidad destinada a dar albergue a estudiantes pobres que debían estudiar en
Buenos Aires. La mayor parte de los regalos que recibí, los destiné siempre a
premios para pruebas deportivas de los muchachos pobres y de los estudiantes.
Me complacería si el nuevo presidente de facto hiciera lo mismo, agregando que,
en mi testamento, lego todos mis bienes a la Fundación Evita al servicio del
Pueblo y de los pobres.
Durante diez años he trabajado sin
descanso para el Pueblo y, si la historia pudiera repetirse, volvería a hacer
lo mismo porque creo que la felicidad del pueblo bien vale el sacrificio de un
ciudadano.
No piensa seguir la política. La situación cuando tomó el poder
Mi gran honor y mi gran satisfacción
son el amor del pueblo humilde y el odio de los oligarcas y capitalistas de
mala ley, como también de sus secuaces y personas que, por ambición y por
dinero, se han puesto a su servicio.
Solo y a mis años, ya he aprendido
el reducido valor de la demasía del dinero. Las investigaciones me tienen sin
cuidado porque, si se hacen bien, probarán mi absoluta honradez, y si se hacen
mal serán viles calumnias como las que se lanzan hoy sin investigar nada. Yo
estoy en paz con mi conciencia y no me perturbarán las inconciencias ajenas.
No pienso seguir en la política
porque nunca me interesó hacer el filibustero o el malabarista y, para ser
elegido presidente constitucional no hice política alguna. Me fueron a buscar,
yo no busqué serlo. Ya he hecho por mi pueblo cuanto podía hacer. Recibí una
colonia y les devuelvo una patria justa, libre y soberana. Para ello hube de
enfrentar la infamia en todas sus formas, desde el imperialismo abierto hasta
la esclavitud disimulada.
Cuando llegué al gobierno, en mi
país había gente que ganaba veinte centavos por día y los peones diez y quince
pesos por mes. Se asesinaba a mansalva en los ingenios azucareros y en los
yerbales con regímenes de trabajo criminal. En un país que poseía 45 millones
de vacas sus habitantes morían de debilidad constitucional. Era un país de
toros gordos y de peones flacos.
La previsión social era poco menos
que desconocida y jubilaciones insignificantes cubrían sólo a los empleados
públicos y a los oficiales de las fuerzas armadas. Instituímos las jubilaciones
para todos los que trabajan, incluso los patrones. Creamos las pensiones a la
vejez y a la invalidez desterrando del país el triste espectáculo de la miseria
en medio de la abundancia.
Legalizamos la existencia de la
organización sindical declarada asociación ilícita por la justicia argentina y
promovimos la formación de la Confederación General del Trabajo con seis
millones de afiliados cotizantes.
Las construcciones realizadas; lo que ha dejado
Posibilitamos la educación y la
instrucción absolutamente gratuita para todos los que quisieran estudiar, sin
distinción de clase, credo y religión y sólo en ocho años construimos ocho mil
escuelas de todos los tipos.
Grandes diques con sus usinas
aumentaron el patrimonio del agro argentino y más de 35.000 obras públicas
terminadas fue el esfuerzo solamente del primer plan quinquenal de gobierno,
entre ellas el gasoducto de 1.800 kilómetros, el aeropuerto Pistarini, la
refinería de petróleo de Eva Perón (que querían bombardear los rebeldes a pesar
de costar 400.000.000 de dólares y diez años de trabajo), la explotación
carbonífera de Río Turbio y su ferrocarril, más de veinte grandes usinas
eléctricas, etc. etc.
Cuando llegué al gobierno ni los
alfileres se hacían en el país. Los dejo fabricando camiones, tractores,
automóviles, locomotoras, etc. Les dejo recuperados los ferrocarriles, los
teléfonos, el gas, para que los vuelvan a vender otra vez. Les dejo una marina
mercante, una flota aérea, etc. ¿A qué voy a seguir? Esto lo saben mejor que yo
todos los argentinos.
Ahora espero que el Pueblo sepa
defender lo conquistado contra la codicia de sus falsos libertadores. Esta será
una prueba de fuego para el Pueblo argentino y deseo que la pase solo y solo
sepa defender su patrimonio contra los de afuera y contra los de adentro. Yo ya
tengo bastante con estos diez años de duro trabajo, sinsabores, ingratitudes y
sacrificios de todo orden. El Pueblo conoce a sus verdaderos enemigos. Si es
tan tonto que se deja engañar y despojar, suya será la culpa y suyo será el
castigo.
No se arrepiente de haber desistido luchar
He dedicado mi vida al País y al
Pueblo. Tengo derecho a mi vejez. No deseo andar dando lástima como les sucede
a algunos políticos argentinos octogenarios.
Preveo el destino de este gobierno
de facto. El que llega con sangre, con sangre cae. Y esta gente no sólo ha
ensangrentado sus manos, sino que terminará tiñendo con ella su conciencia.
Yo acostumbro a perdonar a mis
enemigos y los perdono. Pero la historia y el Pueblo no perdonan tan
fácilmente, a ellos les encomiendo la justicia que siempre llega.
Yo no me arrepiento de haber
desistido de una lucha que habría ensangrentado y destruido al país. Amo
demasiado al Pueblo y hemos construido mucho en la Patria para no pensar en
ambas cosas. Sólo los parásitos son capaces de matar y destruir lo que no son
capaces de crear.
Al Gobierno y al Pueblo paraguayo mi
gratitud por una conducta que ya le conocemos los que hemos penetrado la
grandeza de su dignidad humilde frente a la soberbia de la insolencia.
En nombre del Pueblo humilde de mi
Patria, la Argentina, que lucha todos los días por su grandeza, presento al
Pueblo paraguayo mi desagravio por los actos insólitos presenciados durante mi
asilo. Algún día el verdadero Pueblo argentino tendrá ocasión de reafirmarme.
Capítulo II
Antecedentes
Como un catecismo justicialista se
extractaron las verdades esenciales de nuestra doctrina, las que fueron leídas
personalmente por mí el 17 de octubre del año 1950 desde los balcones de la
Casa de Gobierno. Ellas son las siguientes:
La verdadera democracia es aquella
donde el gobierno hace lo que el Pueblo quiere y defiende un solo interés: el
del Pueblo.
El justicialismo es esencialmente
popular. Todo círculo político es antipopular y, por lo tanto, no es
justicialista.
El justicialista trabaja para el
movimiento. El que en su nombre sirve a un círculo o a un hombre o caudillo, lo
es sólo de nombre.
No existe para el justicialismo más
que una sola clase de hombres: los que trabajan.
En la Nueva Argentina el trabajo es
un derecho, que crea la dignidad del hombre, y es un deber, porque es justo que
cada uno produzca por lo menos lo que consume.
Para un justicialista no puede haber
nada mejor que otro justicialista.
Ningún justicialista debe sentirse
más de lo que es ni menos que debe ser. Cuando un justicialista comienza a
sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca.
En la acción política de escala de
valores de todo justicialista es la siguiente: primero la Patria, después el
movimiento y luego los hombres.
La política no es para nosotros un
fin, sino sólo el medio para bien de la Patria que es la felicidad de sus hijos
y la grandeza nacional.
Los dos brazos del justicialismo son
la justicia social y la ayuda social. Con ellos damos al Pueblo un abrazo de
justicia y de amor.
El justicialismo anhela la unidad
nacional y no la lucha. Desea héroes, pero no mártires.
En la Nueva Argentina los únicos
privilegiados son los niños.
Un gobierno sin doctrina es un
cuerpo sin alma. Por eso el peronismo tiene su propia doctrina política,
económica y social: el Justicialismo.
El justicialismo es una nueva
filosofía de la vida, simple, práctica y popular, profundamente cristiana y
profundamente humana.
Como doctrina política, el
justicialismo realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de la
comunidad.
Como doctrina económica, el
justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la
economía v ésta al servicio del bienestar social.
Como doctrina social, el
justicialismo realiza la justicia que da a cada persona su derecho en función
social.
Queremos una Argentina socialmente
justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Constituimos un gobierno
centralizado, un Estado organizado y un Pueblo libre.
En esta tierra, lo mejor que tenemos
es el Pueblo.
II. La tercera posición doctrinaria
Para nosotros los justicialistas el
mundo se divide hoy en capitalistas y comunistas en pugna: nosotros no somos ni
lo uno ni lo otro. Pretendemos ideológicamente estar fuera de ese conflicto de
intereses mundiales. Ello no implica de manera alguna que seamos, en el campo
internacional, prescindentes del problema.
Pensamos que tanto el capitalismo
como el comunismo son sistemas ya superados por el tiempo. Consideramos al
capitalismo como la explotación del hombre por el capital y al comunismo como
la explotación del individuo por el Estado. Ambos "insectifican" a la
persona mediante sistemas distintos. Creemos más; pensamos que los abusos del
capitalismo son la causa y el comunismo el efecto. Sin capitalismo el comunismo
no tendría razón de ser. Creemos igualmente que, desaparecida la causa, se
entraría en el comienzo de la desaparición del efecto.
Esto lo hemos probado nosotros
durante los ocho años de nuestro gobierno en que, el Partido Comunista en
nuestro país, alcanzó su mínima expresión. Para ellos nos bastó suprimir los
abusos del capitalismo procediendo por evolución en los sistemas económicos y
sociales.
Es indudable también que esta
revolución reaccionaria, al destruir parte de nuestras conquistas y volver a
los viejos sistemas, traen consigo un recrudecimiento del comunismo en la
Argentina. El comunismo es una doctrina y las doctrinas sólo se destruyen con
otra doctrina mejor. La dictadura militar con su sistema de fuerza y
arbitrariedad pretenderá destruir con la fuerza lo que es necesario tratar con
inteligencia. Ni la policía ni el ejército son eficaces en este caso.
Una justicia social racionalmente
aplicada es el único remedio eficaz y, los militares entienden muy poco de
esto. Menos entenderán aún estando como están en manos del más crudo
reaccionarismo conservador y clerical.
Nuestra doctrina ha elaborado
consecuentemente con la concepción ideológica toda una técnica de lo económico
y lo social, como asimismo en lo político.
En lo económica abandonamos los
viejos moldes de la "economía política" y los reemplazamos por la
"economía social" donde el capital está al servicio de la economía y
ésta al del bienestar social. En lo social el justicialismo se basa en la
justicia social a base de dar a cada individuo la posibilidad de afirmar su
derecho en función social. Se capitaliza al Pueblo y se da a cada uno la
posibilidad de realizar su destino, de acuerdo a sus calidades y cualidades,
dentro de una comunidad que realiza a sí mismo por la acción de todos. En lo
político buscamos congruentemente el equilibrio entre el derecho del individuo
y el de la comunidad.
Yo puedo afirmar que el pueblo
argentino es justicialista y que las conquistas alcanzadas no pueden ser
destruidas por la reacción. Nuestra doctrina sólo podrá ser superada por otra
doctrina mejor y, en la reacción, no veo hombres capaces de construir nada
permanente.
En cambio creo que la lucha se ha
desencadenado en el Pueblo argentino, a raíz del establecimiento de la
dictadura militar oligarco-clerical, será una tonificación para nuestro
movimiento justicialista. La historia prueba que las doctrinas, para triunfar,
necesitan ser combatidas. Ello las fortalece y las extiende. Si los cristianos
no hubieran sido arrojados al circo, quizá el cristianismo no habría llegado al
siglo XX.
Nuestro movimiento es doctrinario.
Podrán destruir nuestras estatuas y aun nuestras instituciones, pero no
lograrán neutralizar los sentimientos y la convicción de muchos millones de
justicialistas convencidos, místicos y aun fanáticos.
III. El gobierno justicialista, su
doctrina y organización
El gobierno justicialista, realizado
por nosotros durante ocho años que siguieron al caos provocado por la
revolución del 4 de junio de 1943, de semejantes características a la actual,
sin contenido político, económico ni social, ha dado a la República Argentina
una fisonomía propia, con caracteres originales.
Alcanzamos el gobierno mediante las
elecciones más limpias y puras de que haya memoria en la historia argentina. En
ellas vencimos a una coalición de todos los demás partidos, conjuncionados en
el más heterogéneo y abigarrado maridaje político, en el que marchaban del
brazo por las calles los representantes de la más cruda oligarquía conservadora
con los socialistas y comunistas.
Nuestra acción de gobierno
constitucional desde 1946 hasta 1951 se realizó dentro de nuestra concepción
doctrinaria y el primer plan quinquenal del gobierno arrojó un saldo tal que
debí aceptar la imposición popular de presidir un segundo gobierno. Las
elecciones se realizaron en 1951, contra las mismas fuerzas que se nos habían
puesto en 1945, es decir, todos los demás partidos unidos. Esas elecciones tan
puras como las anteriores, controladas por el Ejército, fueron, como las
anteriores, elogiadas en su pureza por los propios adversarios. En ellas
obtuvimos el setenta por ciento de la totalidad de los sufragios. En algunas
provincias llegamos a obtener hasta el noventa y cinco por ciento de los
sufragios totales.
Así iniciamos el segundo período de
gobierno ante una oposición enconada por la impotencia donde, como en el primer
período, se mantenían unidos conservadores, radicales, socialistas y
comunistas. Frente a la imposibilidad de vencernos en los comicios comenzaron a
conspirar abiertamente. En esa conspiración fueron alentados por el gobierno
uruguayo que descaradamente les ayudó para establecer en Montevideo su cuartel
general, desde donde se dirigió todo el movimiento, utilizando los propios
elementos del gobierno de ese país.
Abundantes fondos aportados por
Bemberg, Lamuraglia, Gainza Paz y otros, comenzaron a conmover la pasividad de
los jefes de la Marina, Aeronáutica y Ejército, afortunadamente muy pocos del
Ejército. Poniendo en práctica la afirmación napoleónica de que "todos los
hombres tienen precio, es cuestión de encontrarlo" comenzó la difícil tarea
de "conocerlo". Poco a poco el dinero hizo su efecto y se consiguió
conmover la disciplina, haciendo que los indecisos tomaran partido. No les
importó el juramento prestado al país, ni el sagrado deber militar.
Indudablemente, para ciertos hombres, hay factores materiales que gravitan más
fuertemente que el honor, el deber y la conciencia. ¡Al fin hombres, nada más
que hombres!
Esta es la simple y vulgar historia
de una traición a la República, consumada como todas las traiciones móviles
deleznables por hombres también deleznables. Entre ellos puede tal vez haber
algún idealista engallado que constituya la excepción confirmatoria de la
regla, pero, aun en ese caso, no se justifica la traición solapada.
El hecho es que se presencia aquí el
insólito caso de un gobierno constitucional elegido por la inmensa mayoría del
Pueblo, derribado mediante un cuartelazo artero y traidor. Los que hablan de la
democracia debían sentir rubor de nombrarla frente a semejante aberración.
Sin embargo, tan poca es la
vergüenza de cierta gente y tan grande su cinismo y su mala fe, que
concientemente son portadores del encomio vergonzoso a una dictadura de
ignorantes asesinos, en nombre de la justicia que escarnecen, de la libertad
que humilla y de la democracia que pisotean.
Se ha traicionado a un país, se ha
defraudado a un pueblo, se han escarnecido todos los principios y aun hay
hombres tan malos y tan mentirosos que llenan hojas con el elogio a los
malvados y las loas a una tiránica dictadura de hombres obscuros al servicio
del sucio dinero de una traición. ¡Pobre justicia, pobre libertad y pobre
democracia!
Otros "demócratas" callan
con el silencio de la cobardía que es el peor de los silencios. Vivimos días de
resignación silenciosa y de acomodamiento burgués. Los luchadores no son de estos
tiempos. Han pasado a dominar los simuladores y mentirosos. Hay que simular y
mentir en este mundo de sepulcros blanqueados.
Sin embargo, nosotros no habíamos
dejado de prever cuanto sucedió, tomando en el orden doctrinario de la
organización las medidas dirigidas a neutralizar los efectos de una asonada
militar y de una dictadura de este tipo que se seguiría. Conocedores de nuestro
medio, accionamos durante los ocho años para consolidar nuestra organización y
darle caracteres de una institución permanente.
El primer trabajo fue dirigido a
inculcar la doctrina. Cada justicialista no sólo conoce la doctrina sino que la
siente y la practica. Así organizamos intelectual y espiritualmente a la enorme
masa justicialista, haciendo que, de una misma manera de ver los problemas,
resulte un modo similar de apreciarlos y un mismo modo de resolverlos. Esa
unidad de doctrina que "organizó" espiritualmente a cada hombre
sirvió de base para la organización material de nuestro movimiento en sus
diversos sectores: los hombres, las mujeres y los trabajadores.
Como es usanza de los tiempos
modernos especialmente en nuestros países azotados de tiempo en tiempo por las
dictaduras militares, nuestra organización puede actuar en la legalidad y
también en el campo ilegal, según las circunstancias. Si nos dejan, actuamos
legalmente, si no tendremos la ventaja de hacerlo ilegalmente, donde nos
agrandaremos.
En nuestro país sabemos a qué
atenernos. En el orden político hay sólo dos tendencias: los justicialistas y
los antijusticialistas. Los hombres y mujeres que actualmente están en esos
bandos es difícil que cambien porque media profunda convicción. Sabemos que de
los diez millones de votantes, en números redondos, siete son nuestros, y
sabemos también, que son inconmovibles e inalterables. No hablan, pero votan.
Nuestro movimiento ha sido creado y
organizado "de abajo hacia arriba". Cuenta la masa más que los
dirigentes. Al contrario de lo que sucede en los otros partidos que la masa
depende de los dirigentes, en el nuestro los dirigentes dependen de la masa.
Pueden, como sucede en estos momentos, encarcelarnos a todos los dirigentes y
la masa sola sigue accionando. En el proceso eleccionario, cuantitativo por
excelencia, no interesan dirigentes sino sufragios. Los dirigentes son necesarios
recién en el gobierno.
IV. Acción social, economía y política
1. Acción social
Sería imposible, en el espacio y
dentro del objetivo de este folleto, siquiera sintetizar la enorme tarea
realizada en estos órdenes. Por eso sólo mencionaré en cada aspecto lo más
fundamental y en forma muy general, sólo para dar una idea de conjunto.
Diez años de intensa obra social
cambió la Argentina de la explotación y la esclavitud de 1945 en la comunidad
justa y solidaria de la Argentina de 1955. Esta transformación es ya
suficientemente conocida en el mundo. De una carencia absoluta de leyes de
trabajo y Previsión Social que nos colocaba en el último lugar, hemos pasado en
sólo diez años a estar a la cabeza del mundo en la materia.
El “estatuto del peón”, “los derechos
del trabajador”, “los derechos de la ancianidad”, “los convenios colectivos de
trabajo”, “la ley de previsión social”, “la ley de accidentes de trabajo”, “los
regímenes de jubilación para la totalidad de los habitantes”, “las pensiones a
la vejez y la invalidez”, “la ley de organizaciones profesionales”, “la ley de
vivienda obrera”, “las reglamentaciones de las condiciones del trabajo y del
descanso”, “la ley de sueldo anual complementario”, “la ley de creación de la
justicia del trabajo”, “la participación en las ganancias”, “las cooperativas
de producción en poder de los obreros”, “las proveedurías sindicales”, “la
mutualidad sindical”, “los policlínicos obreros de cada sindicato”, “las
escuelas sindicales”, etc., etc. Son tan sólo una pequeña parte de la enorme
legislación promovida.
Debemos, sin embargo, hacer notar
que, en la Argentina, estas leyes se cumplen en su totalidad bajo el control de
las propias organizaciones profesionales. Algunas cifras darán una idea sobre
la forma de su cumplimiento. Los salarios de 1945 a 1955 subieron el 500%; el
salario real se mantuvo en un mejoramiento del 50% pues el costo de la vida
sólo llegó, con el control de precios de primera necesidad, a un aumento de
250%. Así el costo de la vida en Argentina se mantuvo en un nivel
correspondiente a la mitad de la mayor parte del mundo.
Mediante el “estatuto del peón” y
sus sucesivos ajustes entre 1945 y 1955 los sueldos de estos trabajadores
aumentaron el 1000% término medio.
En 1945 las leyes de jubilación no
amparaban sino a medio millón de habitantes. En 1955 puede considerarse que
todo el que trabaja de obrero, profesional y empresario tiene asegurado su
régimen jubilatorio, amparo que cubre a más de quince millones de habitantes en
la vejez y la invalidez.
Un sistema de pensiones a la vejez
cubre asimismo la imprevisión y el olvido en que vivieron los trabajadores en
los regímenes pasados, gobernados por los mismos que hoy quieren asumir el
papel de libertadores sin que nadie los tome en serio.
Sólo durante el primer plan
quinquenal (19461951) se construyeron 350.000 viviendas para obreros en toda la
república. En el segundo plan quinquenal hasta 1955 se llevan construidas más
de 150.000. Así los trabajadores que antes vivían en conventillos sucios y
hasta de diez en cada pieza, comienzan hoy a ser propietarios de su casa y a
vivir decentemente.
Más de diez millones de trabajadores
argentinos reciben un sueldo anual complementario que les permite disfrutar de
un mes de vacaciones en las sierras, en el mar o en los buenos hoteles de que
disponen los sindicatos o les ofrece la “Fundación Eva Perón”.
Más del 25% de los trabajadores
tienen participación en las ganancias de las empresas, ya sea porque son ellos
mismos los dueños por sistema cooperativo o porque patrones inteligentes y
justos así lo ha dispuesto.
El sistema mutual de los sindicatos
ofrece asimismo la provisión barata de cooperativa para los artículos de
primera necesidad, como asimismo un servicio asistencial completo mediante
modernos policlínicos, maternidades, consultorios externos y odontológicos,
etc.
Además, para la elevación cultural y
social de la masa, una verdadera red de escuelas sindicales se extiende hacia
todos los sindicatos. En ella se imparte enseñanzas de todo orden y se forman
dirigentes capacitados.
En cuanto a la organización sindical
diremos simplemente que en 1945 existían 500 sindicatos agrupados en tres
centrales obreras (Unión Sindical Argentina, CGT N°1 y CGT N°2) con una
cotización total de un millón de adherentes. En 1955 existe una sola Central
Obrera (CGT), 2.500 sindicatos, con más de seis millones de cotizantes. Esta es
la Central Obrera que están empeñados en destruir los modernos libertadores, a
la violeta, que en estos tristes días debe soportar nuestro pobre país. El
tiempo les mostrará que se equivocan.
Podríamos escribir durante años
sobre la ciclópea tarea realizada en lo social en estos diez años que la
fortuna nos permitió estar al servicio de los trabajadores argentinos. Ese
inmenso bien nos compensa de todos los sinsabores, ingratitudes y traiciones
soportadas. Los trabajadores argentinos bien se lo merecen porque es lo mejor
que el país tiene y precisamente por eso, porque son buenos y porque son los
que todo lo producen; la oligarquía, personificando en sus actuales personeros
el odio oculto al Pueblo, intenta volverlos a la esclavitud y a la explotación.
2. Acción económica
Es indudable que, para soportar esta
inmensa promoción social, fue necesario conseguir una economía apropiada. En
1945 el desastre económico era evidente, tanto por el desbarajuste de su
desorganización cuanto porque carecía de independencia, figurando realmente
como un país colonial.
Sometido a la “metrópolis”, poco
interesaba a los argentinos su propia economía, total, se manejaba desde la
City o desde Wall Street. El Pueblo argentino era explotado también en mayor o
menor grado, según las necesidades o los caprichos de los imperialismos en
acción. En lo económico, no se tenía ni vida, ni gobierno propio, o más o menos
como cualquier dominio del África Ecuatorial, con la desventaja que teníamos
que defendernos solos.
Era también costumbre que desde la
City que se indicara quién debía ser el Presidente, generalmente un abogado de
las empresas extranjeras, ellos decían quien, y “los nativos” se encargaban de
preparar el fraude para “que saliera”. Y pensar que estos seudo libertadores
son los mismos hombres traidores y vendepatria que hicieron posible semejante
humillación. No habrá en el mundo un hombre que poseyendo un mínimo de
ecuanimidad no los condene. Sin embargo, como los agentes imperialistas, por
razones comprensibles, les cantan loas, muchos otros malos y mentirosos se
convierten conciente o inconcientemente en agentes de un imperialismo que
simulan condenar.
En 1944 todo permitía apreciar que
la segunda guerra mundial llegaba a su fin. Era necesario prepararse para la
postguerra que suele ser, económicamente hablando, la etapa más difícil de la
guerra. Fue entonces que, desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, donde
ejercía el cargo de Secretario, dispuse la creación del “Consejo Nacional de
PostGuerra”. Su misión era simple: “realizar los estudios necesarios y preparar
al país de la mejor manera para neutralizar los efectos negativos y sacar la
mayor ventaja posible en la postguerra que se veía próxima a iniciarse.
Se trataba de resolver, ayudados por
las circunstancias, el más fundamental problema argentino: su independencia
económica. La importancia de este paso se medirá en toda su proyección si
pensamos que, liberados políticamente en 1816, habíamos caído en el vasallaje
económico hasta nuestros días.
Esta independencia económica era
indispensable si anhelábamos mantener y consolidar las conquistas sociales ya
iniciadas en esos días desde Trabajo y Previsión. En un país colonial, como era
el nuestro, toda conquista social no puede tener sino un carácter aleatorio.
Para realizar la independencia
económica era necesario un inmenso esfuerzo, habilidad y un poco de suerte,
pues era menester:
Recuperar el patrimonio nacional en
poder de los capitales colonialistas
Realizar buenos negocios para
“parar” la economía anémica de los argentinos.
El Consejo Nacional de Postguerra
preparó las bases mediante un estudio completo de la economía argentina en los
aspectos del consumo, la producción, la industria y el comercio. Mediante
encuestas y estudios estadísticos establecimos la situación, la apreciamos y
tomamos las resoluciones más adecuadas, esperando el momento oportuno para
actuar.
Ya antes de nuestro ascenso al poder
comenzamos a reformar, con el apoyo del gobierno de facto, lo indispensable
para ganar tiempo. La primera reforma fue la financiera, mediante la
nacionalización del sistema bancario, convirtiendo al Banco Central de la
República en un banco de bancos en agencias del mismo. Esto permitió, por
primera vez en nuestro país, un control financiero por el Estado, pues hasta
entonces ese era resorte de los bancos extranjeros de plaza. Este fue el primer
paso de la reforma económica que emprendimos: hacer Argentino el dinero del
país.
Simultáneamente con esto comenzamos
a estudiar la realización de la primera etapa de la independencia económica: la
recuperación de la deuda y los servicios públicos.
La situación en este aspecto
presentaba un difícil problema pues las sumas que se necesitaban para ello eran
realmente cuantiosas.
Nuestra deuda externa ascendía en
diversas obligaciones a más de seis mil millones de pesos, en ese entonces algo
así como unos dos mil millones de dólares, por la cual pagábamos ochocientos
millones de pesos anuales en amortizaciones e intereses (250 millones de
dólares). Esto era nuestro primer objetivo.
La nacionalización de los servicios
públicos, en poder de consorcios extranjeros, era el segundo objetivo de la
recuperación. Se trataba de los ferrocarriles, transportes de la ciudad de
Buenos Aires, el gas, los teléfonos, seguros y reaseguros, electricidad,
comercialización y acopio de las cosechas, creación de una flota mercante y
aérea, etcétera, etcétera.
Las relaciones del gobierno con los
consorcios explotadores de estos servicios eran cordiales. No era que nosotros,
por chauvinismo, quisiéramos nacionalizar y menos aún despojado a nadie. El
caso era que, de mantener este estado de cosas, estaríamos sometidos a una
descapitalización progresiva. Queríamos pagarles por sus instalaciones un
precio justo y tomarlas a nuestro cargo para su funcionamiento como un servicio
estatal.
En las siguientes cifras, se
observará objetivamente las remesas financieras anuales que ocasionaban estos
servicios explotados por compañías extranjeras:
La deuda pública 800 millones, los
ferrocarriles 150 millones, la Corporación de Transportes de la Ciudad de
Buenos Aires 120 millones, el servicio de gas 110 millones, los teléfonos 120
millones, seguros 150 millones, reaseguros 50 millones, electricidad 150
millones, comercialización de la cosecha 1.000 millones, transportes marítimos
500 millones de fletes en divisas, etc. Sólo en estos rubros las remesas
financieras anuales visibles pasaban de los tres mil millones de pesos (1.000
millones de dólares entonces). Si se considera la necesidad de otras remesas
financieras de diversas empresas establecidas en el país y las remesas
visibles, siempre numerosas por la especulación, podíamos calcular
aproximadamente una descapitalización anual por envíos y evasiones que pasaba
de los seis mil millones de pesos anuales. Si consideramos que el monto de
nuestra producción anual no pasaba de los diez millones de pesos, se tendrá la
verdadera sensación de para quién trabajaban los argentinos.
Se me dirá que los capitales
extranjeros con su radicación en el país aportaban un alto coeficiente de
capitalización compensatorio del proceso inverso por remesas financieras.
Desgraciadamente no era así. Un ejemplo lo aclara todo.
Un frigorífico británico se instaló
en el país en 1905, trajo como inversión un capital de un millón de libras
esterlinas (al cambio de ese entonces 11.250.000 pesos moneda nacional). Cuando
hubo instalado su maquinaria y locales pidió al Banco de la Nación Argentina un
crédito que fue sucesivamente aumentando hasta la suma de 100 millones de
pesos. De manera que, sobre cien millones, el capital extranjero radicado era
sólo el 10 por ciento y el 90 por ciento era argentino.
Ahora bien, el primer servicio
financiero remesado a Londres, fue de una utilidad del 10 % calculado sobre los
cien millones de pesos de capital y no sobre los once millones radicados. Vale
decir que, con su primera remesa financiera, repartió el capital radicado y
durante cincuenta años nos descapitalizó a razón de diez millones por año, en
total, quinientos millones.
Este era el proceso común seguido
por casi todas las empresas inversoras y que explicará, de manera simple y
objetiva, la razón por la cual era indispensable a la economía argentina
realizar cuanto antes la recuperación, para evitar su progresiva
descapitalización.
Un cálculo “grosso modo” dará una
idea aproximada del esfuerzo de que se trataba. Calculando comprar las empresas
de valor histórico, pagando lucro cesante, crear los organismos y servicios
nuevos, comparar los barcos y aeronaves necesarios, etc., debían calcularse
como necesarios unos 300.000 millones de pesos.
Para no sentirme tentado y evitar
los consejos fáciles, resolví “quemar las naves” declarando que me cortaría la
mano antes de firmar un empréstito, porque, si la finalidad era la
independencia económica, no era el caso de salir de las llamas para caer en las
brasas.
En esos momentos se sumaba a ese
tremendo esfuerzo, la necesidad de renovar la maquinaria industrial y todo el
material ferroviario, tranviario y automotor que durante los cinco años de
guerra, con el cierre de la exportación, no habían recibido ningún aporte. Se
calculaba esto en un monto de 20.000 millones de pesos.
Estudiamos esto detenidamente y
confieso que cuando compilamos las necesidades totales, una suerte de pánico se
apoderó de mí, que sentía la terrible responsabilidad de estar al frente del
país y la duda de poder superar su difícil encrucijada económica.
Con los estudios en mi poder llamé a
una reunión privada a los técnicos en economía más calificados en el concepto
de algunos asesores económicos. Me perdí diez horas explicándoles mis planes y
dándoles todos los datos necesarios para encarar el problema. Se fueron a
estudiar, y tres días después nos reunimos de nuevo para considerar soluciones.
Confieso que quedé defraudado, pues conversaron mucho, no dijeron nada y lo
poco que trajeron no lo entendí, porque lo hicieron en una terminología tan
rara y tan confusa que dudo que ellos mismos se entendieran.
La reunión terminó un poco
intempestivamente, pues uno de ellos me dijo: “Señor, usted debe gastar tantos
miles de millones que no tiene. Si no tiene dinero, ¿cómo quiere comprar?, a lo
que yo respondí: “Amiguito, si yo tuviera el dinero no lo habría llamado a
usted, habría comprado”, y aquí terminó la entrevista.
Me convencí que no era asunto de
técnicos, sino de comerciantes y llamé a mi gran amigo D. Miguel Miranda, el
“Zar de las finanzas argentinas”, como algunos le llamaron. El había empezado
como empleado con noventa pesos de sueldo y en diez años había levantado
treinta fábricas.
Le conté el incidente con los
técnicos y me dijo: “¡General!, ¿usted cree que si fueran capaces de algo
estarían ganando un sueldo miserable como asesores?” –Pero Miranda, le dije,
vea que hay que comprar mucho y no tenemos dinero! –Esa es la forma de comprar,
sin dinero, me dijo. ¡Con plata compran los tontos! –Este es mi hombre, pensé
para mí…
Miguel Miranda era un verdadero
genio. Su intuición, su tremenda capacidad de síntesis y su certera visión
comercial, hicieron ganar a la República, en un año, más que cincuenta años de
la acción de todos sus economistas diletantes y generalizadores de métodos y
sistemas rutinarios e intrascendentes.
Fue allí mismo que entregué a
Miranda la dirección económica, creando el Consejo Económico Nacional y
nombrándolo presidente. Él fue, desde entonces, el artífice de esa tremenda
batalla que se llamó la recuperación nacional, que culminó con la independencia
económica argentina.
Sería largo detallar la acción desarrollada
por este hombre extraordinario que no descansaba ni dormía, abstraído por
completo en la batalla que estaba librando. Allí aprendí que si bien un
conductor puede cubrirse de gloria en una acción de guerra, esta acción anónima
es también la verdadera gloria. Fuera de la Casa de Gobierno la gente
maldiciente murmuraba sobre “los negociados de Miranda”, con una ingratitud
criminal y los eternos simuladores de la virtud y la honradez se hacían lenguas
de ello: ¡Miserables, estaba trabajando para ellos!
Sin embargo, no deseo pasar este
capítulo sin ofrecer a mis lectores por lo menos un ejemplo, siempre
ilustrativo, de la acción de este mago de la negociación.
Todo el mundo conoce la habilidad de
los negociadores inglese, su gran astucia y su terrible pertinacia para
persuadir u obligar. Con divisas acumuladas por provisión de cereales, armas,
carne, etc., durante la guerra, Miranda comenzó a repatriar la deuda externa.
Luego me dijo: General, vamos a empezar por los ferrocarriles ingleses. Insinuó
veladamente por distintos conductos que el gobierno estaba dispuesto a comprar
los ferrocarriles. La respuesta no se hizo esperar. Poco tiempo después llegó
una comisión del directorio de Londres de los ferrocarriles, dispuesto a
ofrecer al Gobierno Argentino la venta de los mismos.
Fueron citados al despacho
presidencial y allí, en mi presencia, se desarrolló el siguiente diálogo,
después de los saludos y conversaciones de estilo: ¿Cuánto piden por los
ferrocarriles? –les preguntó Miranda. –El valor de libros, o sea unos diez mil
millones de pesos –le contestó uno de los ingleses. Miranda se limitó a
sonreír, mirando al suelo. Siguió un largo silencio en el que estuve a punto de
intervenir, pero me abstuve, porque entendí que era parte de su táctica.
Después de un rato, el inglés volvió a decir: ¿Y ustedes cuánto ofrecerían?
–Apenas mil millones –dijo Miranda. Todo el hierro viejo no vale más, agregó.
Los ingleses se enojaron y se fueron
a Londres. Parecía que las negociaciones habían terminado, pero no era así.
Cuando los obreros ferroviarios, que
se habían entusiasmado con la perspectiva de nacionalización, se enteraron del
fracaso de las negociaciones, iniciaron el “trabajo a reglamento”, que culminó
en “trabajo a desgano”. Frente a la perspectiva de fuertes quebrantos, a los
seis meses, retornó la comisión negociadora, Miranda había ya ganado la
batalla. Sólo quedaba por ver cómo explotaría el éxito. Yo estaba seguro
porque, para eso, él era un verdadero maestro.
Se iniciaron nuevamente las
negociaciones en un juego de regateos por ambas partes para acordar el precio y
la forma de pago. Se estaba aún muy distante, a pesar que los ingleses habían
ya rebajado su precio a unos ocho mil millones de pesos, donde se mantenían
firmes.
El justiprecio establecido por nuestros
técnicos después de un laborioso proceso de valuación, establecía un valor
aproximado a los seis millones de pesos. Se trataba de 40.000 kilómetros de
vías, instalaciones, material rodante y de tracción, además de unas veinticinco
mil propiedades de los ferrocarriles, que figuraban como bienes indirectos. Se
trataba de bienes inmuebles en Buenos Aires, puertos, numerosas estancias,
terrenos y hasta pueblos enteros. Estas empresas por la ley de concesión
inicial, recibieron una legua lineal de campo a cada lado de la vía que
construyeran. De ahí que sus propiedades sean casi tan valiosas como
ferrocarriles mismos.
Mientras se negociaba, los ingleses
cometieron un error que les fue funesto. Sostenían imperturbablemente que el
precio debía ser de ocho mil millones. Una noche, al representante de los
ferrocarriles ingleses en la Argentina, mister Edy, muy amigo de Miranda, se le
ocurrió ofrecerle una comisión para repartir entre Miranda y yo, de trescientos
millones de pesos, que se depositarían en Londres en su equivalente de entonces
de cien millones de dólares, si la venta se hacía por seis mil millones de
pesos. Miranda lo escuchó y al día siguiente, “a diana”, estaba en casa y me
decía: Presidente, vamos a comprarlos por mucho menos de seis mil millones, es
porque, sin comisión, podemos sacarlos más baratos”. Así como antes había
ganado la batalla de la venta, en esta ocasión había ganado la batalla del
precio.
Se sucedieron las tratativas para
fijar precio, pero los ingleses ya habían perdido la partida. Ellos son buenos
perdedores porque están acostumbrados a vencer. La habilidad de Miguel Miranda
hizo prodigios en esta etapa de la negociación hasta llegar a fijar un precio
máximo por todos los bienes directos e indirectos de las empresas de 2.029.000.000
(dos mil veintinueve millones) de pesos moneda nacional. Esta sola cifra,
comparada con los diez mil millones de pesos que era el pedido inicial de los
ingleses, habla con indestructible elocuencia de lo que era Miranda como
negociador. En esta sola operación hizo este hombre ganar a la República más de
cinco mil millones de pesos. Se le pagó, como de costumbre, con ingratitud y
maledicencia. Los parásitos, los incapaces y los ignorantes son precisamente
los críticos más enconados.
Si bien se habían ganado las
batallas del precio y de la venta quedaba aún el rabo por desolar: establecer
la forma de pago y pagar. No era fácil, porque, como antes dije, no teníamos
dinero para hacerlo. En cambio lo teníamos a Miguel Miranda que valía más que
todo el dinero del mundo. En él estaban puestas todas mis esperanzas. Él me
había dicho: No se aflija, Presidente, pagaremos hasta el último centavo, sin
un centavo. Efectivamente, así lo hizo. ¿Cómo procedió para lograrlo?
Comencemos por establecer que un año
antes el gobierno de S. M. Británica firmó con el gobierno argentino un tratado
por el que se comprometió a mantener la convertibilidad de la libra esterlina
que nos permitía el negocio triangular con Estados Unidos. Con habilidad,
Miranda agotó los saldos acreedores argentinos en Inglaterra para repatriar la
deuda. Al firmar el contrato de compraventa de los ferrocarriles, estableció
dos cuestiones fundamentales, en cuanto a la adquisición y la forma de pago.
Que se compraban en 2.029 millones
de pesos los bienes directos e indirectos de las empresas.
Que la forma de pago sería al
contado y en efectivo con disponibilidades de fondos argentinos existentes en
Estados Unidos si se mantenía la convertibilidad de la libra que lo hacía
posible, sino el pago sería en especies.
Fue precisamente mediante estas dos
cláusulas que Miranda logró pagar “hasta el último centavo, sin un centavo”,
como había prometido.
En efecto, me fijó un plazo de seis
meses para tomar posesión de las empresas, luego de los cuales debía hacerse
efectivo el pago. Durante los primeros meses de ese plazo me pasé pensando que
si teníamos que pagar al contado nos quedaríamos casi sin fondos en Estados
Unidos, en donde había urgentes necesidades de adquisiciones. Miranda me
tranquilizó; él no sé dónde, tenía la noticia segura que los ingleses, a pesar
del tratado, declararían la inconvertibilidad de la libra esterlina.
Efectivamente, poco tiempo después lo hicieron y nos salvaron de desprendernos
del único saldo acreedor en efectivo que disponíamos. Podíamos, de acuerdo con
el contrato de compraventa, pagar con especies. Eso no era ya un problema para
nosotros.
Sin embargo, había que pagar 2.029
millones de pesos que no teníamos. ¿Cómo procedió Miranda? Pagamos con trigo
pero, como quiera que fuese, ese trigo había que pagarlo a los agricultores. La
elevación de precios en los cereales producidos en 1948, vino a favorecernos.
El gobierno, por intermedio del IAPI, compró el trigo a los chacareros a un
precio de 20 pesos el quintal, los que quedaron contentos, pues antes lo
vendían a 6 pesos. Luego de un tiempo ese mismo trigo lo vendió a los ingleses,
en pago de los ferrocarriles, a razón de sesenta pesos el quintal, ganando en
la operación un 66%, con lo que el precio de 2.029 millones de los
ferrocarriles quedó reducido a un 33%, es decir, unos 676 millones.
Ahora bien, ¿cómo pagó los 676
millones? De manera muy simple: emitió 676 millones de pesos, con lo que pagó a
los chacareros. De las veinticinco mil propiedades raíces adquiridas como
bienes indirectos, bastaba vender una parte para obtener casi mil millones de
pesos. Con ello se retiraban de la circulación los 676 millones y el resto se
incorporaba al Estado conjuntamente con los ferrocarriles y pagado hasta el
último centavo, y aun ganando dinero, sin un centavo.
¡Cuánto me reí en esos días de los
técnicos tan pesimistas como inoperantes e intrascendentes!
Hoy, el valor de esos ferrocarriles
con sus 40.000 kilómetros de vías e instalaciones, se calcula en nuestra moneda
actual, a razón de un millón de pesos por kilómetro, todo incluido. El país
había incorporado al haber patrimonial del Estado, 40.000 millones de pesos sin
un centavo de desembolso. Los imbéciles siguen pensando que nosotros no hemos
hecho nada durante el tiempo que ellos pasaron gastando perjudicialmente lo que
tanto le cuesta al Pueblo producir y a nosotros cuidar. Por eso ellos se
proclamaron libertadores. Soñar no cuesta nada.
En forma similar se compraron luego
los teléfonos, el gas, seguros, etcétera, y se llegó a cumplir la etapa de la
recuperación nacional, comprando y pagando los servicios públicos que en época
pasada vendieron estos mismos que ahora vienen a libertar la República.
La etapa siguiente consistía en
formar una marina mercante, pues sin ese medio de transporte de ultramar, la
independencia económica sería sólo una ficción. Aparte que hoy los precios los
fijan los transportadores, en nuestro país, vendedor de carne, estábamos
sometidos al monopolio inglés de barcos frigoríficos. Si no le vendíamos a
ellos la carne y al precio que querían, ¿quién nos la transportaría a los
mercados de consumo? Otro tanto podría ocurrir con las demás materias primas si
seguimos sometidos a los transportadores foráneos.
En ese momento (1948) el estado de
la flota mercante del Estado, manejada por jefes de la Marina de Guerra, era
incipiente y calamitosa. Se disponía aproximadamente de unas 200 mil toneladas
de barcos viejos, chicos y muchos de ellos alquilados o tomados en uso por
pertenecer a los países en guerra que debían ser devueltos.
Pedí informes a la Flota Mercante
del Estado sobre la conveniencia de hacer construir barcos nuevos, de arriba de
diez mil toneladas, para formar una marina mercante por lo menos de un millón y
medio de toneladas, que calculaba yo necesario para sacar nuestra producción.
Además, hacerlos mixtos para pasajeros, carga y frigoríficos.
Sin excepción, los informes de los
marinos fueron desfavorables. Según ellos, no convenía comprar todavía, que los
fletes se vendrían abajo, que había exceso de barcos por los que quedaron de la
guerra, etc. En consecuencia, decidimos con Miranda comprar una marina mercante
y para ello nos pusimos en contacto con don Alberto Dodero, el más fuerte
armador de nuestro país.
Se encargó la construcción en los
astilleros entonces parados en Inglaterra, Holanda, Italia, Suecia, etc. Así
comenzó la verdadera historia de nuestra marina mercante, que hoy redondea el
millón y medio de toneladas de barcos nuevos, veloces y utilizables para sacar
nuestra más variada producción hacía los mercados de consumo y para mantener
los precios.
Con ello no sólo ahorramos sino que
producimos divisas y nuestra bandera mercante individualiza a la cuarta flota
del mundo.
El costo medio de estos barcos no
pasó de cuatro millones de pesos; sólo el seguro del Maipú, hundido en un
choque en Hamburgo llegó a veintidós millones en nuestros días.
Para comprar estos barcos se utilizó
el oro que dormía en los sótanos del Banco Central, de acuerdo con el aforismo
de Miranda, que oro es lo que produce oro. Efectivamente, esos barcos en cuatro
travesías traen de vuelta el oro que costaron. Hoy están todos pagos y siguen
trayendo oro.
Menos mal que los marinos
aconsejaron no comprar barcos, pues si hubieran aconsejado comprarlos, tal vez
no nos hubiéramos decidido a hacerlo. Pero ellos son los “libertadores”.
En marcha y con franco éxito la
recuperación nacional, en 1948, se nos presentó un difícil momento de la
economía: la industria en pleno desarrollo comenzaba a carecer de maquinarias y
de materia prima. Era necesario buscar los arbitrios que condujeran a la
solución. En los primeros días de este año resolvimos encerrarnos por el tiempo
que fuera necesario y estudiar la situación, apreciarla y encontrar una
solución, y así lo hicimos. Durante casi diez días permanecimos totalmente
dedicados a ello.
Llegamos finalmente a una muy simple
conclusión. Pensamos que habiendo terminado la guerra se había iniciado su
etapa más difícil: la postguerra, durante la cual es necesario “pagar los
platos rotos”.
La guerra es un drama individual
amplificado. Es como un hombre que súbitamente tiene un ataque de demencia y
rompe toda su casa. Pasado el ataque, debe reponerlo toda para seguir viviendo.
Debe pagar su locura. La guerra no es sino una locura colectiva. Durante cinco
años cientos de millones de hombres, provistos de instrumentos de destrucción,
se habían dedicado a destruirlo todo. Pasado el ataque, ahora había que
pagarlo.
La experiencia histórica demuestra
que los países después de la guerra pagan de una sola manera: emitiendo y
desvalorizando la moneda. Aun no se había producido este fenómeno en 1947, pero
todo hacía prever que se produciría.
Cuando las monedas se desvalorizan,
los bienes de capital se valorizan en forma inversamente proporcional.
Allí precisamente estaba el negocio.
Era menester comprar bienes de capital que se valorizarían y desprenderse de
las monedas que se desvalorizarían. Fue entonces cuando comenzamos a comprar
sin medida. Se trataba de que cuando la desvalorización llegara no nos tomase
con un peso en el bolsillo.
Se compraron casi veinte mil equipos
industriales para reposición e instalación. Un día, por teléfono, se compraron
sesenta mil camiones. Mil Tornapull llegaron al país. Se acopió gran cantidad
de materia prima y se adquirieron todas las maquinarias y elementos necesarios
para los trabajos del Primer Plan Quinquenal, especialmente tractores para la
mecanización del campo.
El Director del Puerto de Buenos
Aires venía todos los días a pedir que paráramos, pues ya no cabían las cosas
en las playas y los depósitos. No importa, le decíamos, ponga unos arriba de
otros. Los idiotas de siempre criticaban al gobierno y los “moralistas
libertadores” veían negociados por todas partes, menos los que ellos podían
hacer.
Pasaron los días y en uno de 1949
comenzaron las monedas “a venirse abajo” catastróficamente. La libra esterlina
bajó, por decreto, en un día el 30% de su valor. Así llegamos a 1950.
El negocio fabuloso realizado por el
país podrá juzgarse con sólo pocos datos: los veinte mil equipos industriales
comprados aproximadamente a un dólar el kilo en 1947, valían ahora diez dólares
el kilo; los camiones comprados en cinco mil pesos en 1948, costaban ahora cien
mil pesos; las Tornapull adquiridas en veinticinco mil pesos en 1948, tenían
ahora un precio superior a los trescientos mil. Esta sola mención dará una idea
de las ganancias obtenidas.
Los “libertadores” seguían pensando
que todos estos eran negociados nuestros. Pobre Patria si tuviera que esperar
algo de estas sabandijas.
Sólo he deseado presentar algunos
ejemplos de nuestra gestión económica para demostrar cómo me fue posible en
1949 trasladarme a la ciudad de Tucumán, y allí, donde nuestros mayores
declararon la independencia política, declarar también nuestra independencia
económica.
La recuperación nacional se había
cumplido en todas sus partes mediante el genio de Miguel Miranda. La segunda
parte: levantar de su postración a la economía, se cumplió mediante buenos
negocios para el país. Que en ello alguno se haya beneficiado en mayor medida,
qué nos importa, nuestro trabajo tendió a beneficiar al país. Esa era nuestra
obligación.
Y pensar que, después de todo lo que
hemos hecho, nos vemos calumniados y vilipendiados por esos piojosos que en su
vida no hicieron más que derrochar y malgastar los dineros que se amasan con el
sudor y el sacrificio del Pueblo que ellos se atreven a masacrar con las
propias armas de la Nación.
No deseo seguir sin puntualizar dos
aspectos de lo tratado. La recuperación de los servicios públicos no era para
los argentinos sólo una cuestión de independencia económica, era también una
reparación a la dignidad nacional. La concesión leonina que entregaba una legua
a cada lado de la vía que se construyera y permitía la importación libre de
derecho a las empresas ferroviarias fue obra de Mitre (así se llamó esa ley).
La venta de los ferrocarriles argentinos existentes, fue realizada por los
gobiernos conservadores de la oligarquía argentina, que siempre actuaron de
testaferro de los colonizadores. La entrega de los demás servicios fue también
uno de los tantos ruinosos negociados para el país, realizados por estos
argentinos que no merecen llamarse así.
Las últimas infamias cometidas, que
citaré a continuación, sólo a título de ejemplo, evidenciarán a nuestros
lectores cómo las gastaban los “libertadores”. Se trata de la concesión a la
empresa de electricidad de Buenos Aires, CADE, y la entrega de la Corporación
de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires a una compañía inglesa.
El asunto de la CADE
Durante el último gobierno radical
funcionaba el Consejo Deliberante, algo así como un congreso comunal, compuesto
por un centenar de consejales que, con sabrosas dietas, se dedicaba a todo,
desde enjuiciar la política internacional hasta establecer la cantidad de
repollo que debía venderse en cada puesto de las ferias municipales. Algo así
como un bálsamo de Fierabrás, que servía para el dolor de cabeza como para los
callos.
Esos ediles son los mismos que hoy
encabezan las jerarquías de los partidos que apoyan la dictadura militar que
ensombrece al país y los mismos que entonces cobraron “coimas”, desde el
modesto “colectivero” hasta la poderosa empresa de electricidad.
Para esos tiempos vencía la
concesión de la empresa CADE y el Consejo Deliberante de la ciudad de Buenos
Aires tenía que tratar la prórroga o la terminación. Estos ediles
“libertadores” no encontraron nada más natural que ponerse de acuerdo y exigir
a la empresa una gruesa suma de millones para no caducarle la concesión. Esa
suma se repartiría después, por partes iguales, entre todos. La compañía,
colocada entre la espada y la pared, decidió pagar la suma exigida y consiguió
así una concesión hasta el año 2000 y tarifas aumentadas.
Esto produjo en Buenos Aires un
escándalo tremendo pero, al producirse la revolución del 4 de junio de 1943, se
ordenó una investigación y se pretendió sancionar a la empresa por corruptora
de funcionarios, pero la empresa pudo comprobar que los corruptos eran los
funcionarios y no la empresa.
Hoy, esos mismos señores hacen
discursos sobre la moral pública y privada, en nombre de los “libertadores” que
empeñaron al país en una triste aventura mediante una paga no menos infamante
que la de aquellos.
El caso de la Corporación de
Transportes de Buenos Aires
Es de otra naturaleza no tan
delictuosa pero igualmente ruinosa para el país. En 1933, Inglaterra,
compradora única de la producción argentina de carne, habían firmado el Tratado
de Ottawa por el que se comprometía a comprar toda la carne a sus dominios.
Es así que la República Argentina,
sin el mercado inglés sin los barcos ingleses para transportarla, debía
reconocer una situación sumamente grave, ya que el 80% de su carne era de
exportación, mientras solamente el 20% se consumía en el país.
Se resolvió enviar una misión a
Londres para tratar este importante asunto y negociar. Fue enviado como
plenipotenciario extraordinario el entonces vicepresidente de la Nación, Dr. D.
Julio Roca, que llegó a Londres a mediados de 1936. Allí esperó largos días y
finalmente fue recibido. A pesar de todos sus argumentos los ingleses se
negaron a comprar. Luego de otra larga espera, le recibieron nuevamente y le
propusieron comprar la carne a un precio menor que a los dominios, siempre que
la ciudad de Buenos Aires entregara todos sus transportes a un monopolio que se
formaría a base de la Compañía Tranvías AngloArgentina de capitales ingleses,
asegurando al capital resultante un beneficio bruto del siete por ciento.
El doctor Roca aceptó y volvió a
Buenos Aires, como si hubiera sido un vencedor en las Termópilas.
Una vez en Buenos Aires, el Congreso
aprobó una ley-contrato en que aseguraba hasta el siete por ciento de beneficio
anual al monopolio inglés. Se había consumado el más inaudito latrocinio de que
haya memoria en el país, con tal de vender la carne de la oligarquía vacuna de
Buenos Aires. Estos también son los actuales “libertadores”.
Esto trajo el despojo liso y llano
de todo el material de las empresas particulares y los microómnibus que
manejaban sus modestos propietarios. Con todo ello el monopolio formó un capital,
tremendamente aumentado en la evaluación y cobró anualmente el siete por ciento
bruto, con lo que sacaba ochocientos millones anuales de beneficio. Como la
carne exportada por el convenio importaba anualmente unos setecientos millones,
venía a resultar un brillante negocio; para que los ingleses comieran nuestra
buena carne le pagábamos anualmente cien millones de pesos.
¡Estos son los “libertadores”!
Estos dos botones de muestra los he
querido presentar como ejemplo, para que el lector aprecie la diferencia de
nuestro procedimiento ante una tentativa de soborno y la coima organizada por
los “libertadores”, como asimismo, la diferencia de cómo negociamos nosotros
para el Estado y cómo lo hicieron ellos a su hora.
Los justicialistas creemos que la
independencia económica, no tiene ningún valor si no ha de servir a la
felicidad del Pueblo y a la grandeza de la Nación.
En este sentido se ejecutaba ya,
desde 1946, el primer plan quinquenal que no ha sido, como muchos creen, un
simple plan de obras públicas. Contenía una profunda reforma en lo político, en
lo social, en lo económico, en lo cultural, en lo jurídico, en la legislación,
etc. Comenzaba, pues, con la reforma constitucional. Era la puesta en acción de
la doctrina justicialista largamente meditada y elaborada a la luz de las
aspiraciones populares y dedicadas especialmente a conquistar las aspiraciones
de los trabajadores explotados y escarnecidos, durante todos los gobiernos que
nos habían precedido.
En lo económico, el plan quinquenal
aspiraba a promover una economía de abundancia que reemplazara a la economía de
miseria que hasta entonces, los políticos y la oligarquía, habían impuesto al
Pueblo argentino. Para ello era menester cambiar totalmente el fondo y las
formas de la economía argentina.
Comenzamos por establecer como base
que, en la Nueva Argentina, el capital dependía de la economía y ésta del
bienestar social y que en consecuencia el consumo fijaba la producción que
debía esforzarse por satisfacerlo. Inmediatamente lanzamos las grandes obras
del plan hasta obtener la plena ocupación. Con esto, los salarios alcanzaron un
nivel jamás sospechado en nuestro país. Con ello la clase trabajadora comenzó a
vivir, por primera vez, como gente.
El aumento del poder adquisitivo de
la masa popular produjo un acrecentamiento súbito del consumo y comenzó así la
verdadera promoción de la economía. Simultáneamente, como era de esperar, con
el aumento de la demanda empezó también la especulación que dio motivo a la
creación de la política económica y al control de precios y abastecimientos.
Lo importante es que la reactivación
económica fue un fenómeno real. Los volúmenes del consumo se multiplicaron y
obligaron a multiplicar la producción con efecto directo y en el mismo sentido
en la transformación y distribución. Así la industria y el comercio recibieron
un impulso inusitado.
La insistencia en el sistema,
permitió ir consolidando la nueva economía hasta hacer inconmovibles las nuevas
estructuras, que resistieron todos los ataques internos y externos, defendidos
por el propio Pueblo que las había hecho suyas. Resistimos con ellas aun la
excepcional crisis de 1951 y 1952, que perdimos dos cosechas enteras, sin que
se hicieran sentir, sin embargo, grandes efectos.
El objetivo perseguido en forma
inmediata por este sistema es la capitalización del Pueblo. El sistema
capitalista consiste en capitalizar a un cinco por ciento de la comunidad,
mediante la descapitalización absoluta del otro noventa y cinco por ciento, que
es el Pueblo. Para lograrlo comenzamos por aumentar los sueldos y salarios,
controlando los precios para evitar la especulación y frenar la espiral
inflatoria, lo que hemos logrado en forma absoluta.
El pueblo se capitaliza por el
ahorro. Ahorrar sólo es posible cuando se gana lo suficiente, porque ahorrar el
alimento y la salud no es ahorro, es suicidio; ¿cuál ha sido el resultado? Unos
cuantos números podrán decirlo: la Caja Nacional de Ahorro Postal, que es el
banco de los pobres porque allí depositan ellos sus ahorros, tenía en 1946
depósitos por unos 300 millones de pesos. En 1955 pasaban de los tres mil
millones. En diez años de nuestro gobierno el Pueblo ahorró diez veces más que
en los veinticinco años anteriores de la existencia de la Caja.
Otra forma de ahorro es la
adquisición de viviendas en propiedades. Entre 1946 y 1955, de nuestra gestión
gubernativa, quinientas mil familias obreras recibieron alojamiento en todo el
país, en casas construidas por el gobierno o con préstamos hipotecarios. De
esas, más de la mitad lo hicieron en casas de propiedad, que deberán pagar en
cómodas cuotas que no superan en caso alguno a un alquiler común.
Las cajas de Previsión Social, que
representan un ahorro obligatorio, han capitalizado indirectamente al Pueblo en
forma insospechada. Solamente una Caja de Jubilaciones, la de los Empleados de
Comercio, ha reunido ya un capital social que pasa de los doce mil quinientos
millones de pesos. Existen más de quince grandes Cajas de jubilaciones, lo que
dará una idea de la importancia de este sector del ahorro popular.
La capitalización del Pueblo
mediante el ahorro, la jubilación y el acceso a la propiedad privada, ha
cambiado al proletariado argentino el concepto de su vida. Antes, privados de
todo, se sentían parias en su propia patria. Hoy, ligados a la comunidad por
sus ahorros, su jubilación, su casa y la previsión social, comienza a sentirse
parte de ella. Los que luchan contra el comunismo en América no tienen idea de
lo que representa esta comunidad justa y solidaria como factor defensivo contra
esas doctrinas extrañas. La defensa de la comunidad sólo se concibe cuando hay
también interés personal en su defensa.
El capitalismo, incapaz de
desprenderse de nada y demasiado egoísta para ofrecer algo concreto, creó las
palabras y los signos. Luego se dedicó a hacer discursos patrióticos para crear
una suerte de fetichismo sobre la comunidad y sus signos representativos. El
amor a la patria, como todos los amores del hombre, se siente o no se siente.
Los discursos arrimarán poco al corazón del hombre que no ama. La comunidad es
como la madre. Así también una comunidad injusta, egoísta y sin solidaridad
social no merece ser amada. Una comunidad justa y solidaria en la que todos
seamos iguales, e igualmente ayudados por ellas, se defenderá instintivamente
por solidaridad y por conveniencia, sin necesidad de discursos ni tonterías por
el estilo.
Creamos comunidades de este tipo y
ninguno de sus hijos defeccionará en su defensa.
La producción
El agro fue una de nuestras
permanentes preocupaciones. El régimen de la tierra Argentina era en 1945 casi
medieval. Dictamos la ley de arrendamientos rurales y aparecía ya el fruto en
los comienzos de mi primer gobierno. Con esa ley fijamos una situación que
impidiera el aumento de los precios y los lanzamientos.
Dado este primer paso de protección
de los agricultores se anunció la reforma agraria y se declaró que el
justicialismo sostenía que la tierra no es un bien de renta sino de trabajo y
que, en consecuencia, la tierra debe ser del que la trabaja. Acto seguido se
propugnó el acceso a la propiedad rural de los agricultores. El aumento de los
precios del cereal en los años 1948 y 1949, permitió que algunos chacareros
compraran los predios que arrendaban con el producto de una cosecha. Así, en el
primer quinquenal se entregó en propiedad más de un millón de hectáreas de
tierras útiles.
En la reforma agraria,
deliberadamente no hemos querido cargar las tintas porque conocemos los
inconvenientes que presentan los procesos artificiales acelerados en la entrega
de la tierra.
Desde Licurgo, tal vez uno de los
primeros reformadores racionales del agro, hasta nuestros días, la reforma
agraria ha traído siempre grandes perturbaciones y sangre en su ejecución. En
Rusia se fijó la población rural mediante ametralladoras en los caminos, que
impidieron el éxodo campesino. En México costó la vida de cientos de miles de
habitantes. Nosotros pudimos también haberla hecho en esta forma drástica,
pero, enemigos de los procedimientos cruentos, preferimos realizarla lenta y
racionalmente.
En estos tipos de reformas es
necesario pensar en primer término en formar unidades económicas porque si no,
del latifundio se pasa al minifundio, no menos perjudicial para la economía
social del agro.
El problema de latifundio en nuestro
país es serio, pero es necesario distinguir bien lo que es realmente un
latifundio. Algunas personas superficiales, especialmente los políticos,
consideran latifundio toda gran extensión de tierra de un solo propietario,
aunque en esa tierra exista una buena y racional explotación. Es un gran error,
el latifundio se configura cuando no se cultiva o se cultiva mal. Precisamente,
las grandes explotaciones racionales son las más convenientes y económicas. Así
como es mejor y más racional poseer una fábrica con diez mil obreros y no diez
talleres con mil obreros, también en el agro es más apropiado emplear las
grandes explotaciones.
Esto no quiere decir que en nuestro
país no existan grandes y pequeños latifundios, pero, el mayor de todos, lo
constituye la tierra fiscal. Por eso, mientras el proceso de ocupación de la
tierra en poder de privados se va realizando lentamente, dispusimos que se
entregara aceleradamente la tierra pública.
Queríamos una reforma lenta pero
segura, a realizarse en veinte años para que no resultara el remedio peor que
la enfermedad.
Mediante esta y la política de
precios de estímulo, hemos aumentado considerablemente la producción agraria.
El estado social del campo argentino ha mejorado en la misma proporción que en
las masas urbanas. Este equilibrio fue posible establecerlo y consolidarlo
mediante una política permanente y cuidadosa en la acción gubernamental.
El proceso, ya acelerado, de
mecanización, complementado con la preparación del personal idóneo, preparado
en escuelas y en el Ejército, para bien emplear y conservar la maquinaria,
completará en pocos años un aumento apropiado de una producción más intensiva y
de menor costo.
El agro evoluciona sólo mediante
planes a largo plazo muy inteligentemente ejecutados y controlados.
Durante nuestro gobierno la
producción extractiva ha sido grandemente impulsada. Las minas de carbón de Río
Turbio en plena explotación y los altos hornos de Zapala en plena producción
son dos ejemplos de la preocupación estatal. La minería privada, mediante
estímulos especiales del Banco Industrial (creado por nosotros) ha tenido un
impulso considerable.
Dejamos al país en marcha con las
mejores provisiones y en condiciones de alcanzar en poco tiempo una suficiente
y eficiente producción, con tal que estos “libertadores” no metan mucho la
mano.
En el estado de producción alcanzado
y con los programas establecidos, lo que los productores argentinos necesitan
no es que los ayuden sino más bien que no se les moleste. Mucho me temo que
esta gente inexperta e interesada del gobierno de facto, pueda cometer alguna
“barrabasada”, perjudicial, por ignorancia o por intereses.
La industria
He leído algunas informaciones y
declaraciones de los “próceres” de la revolución que, en lo referente a la
industrialización del país han hecho a la prensa extranjera. Ellas me confirman
en la idea que tenía: esta gente no sabe nada de nada.
Llegan al gobierno con la misma
desaprensión que llegaban todos los días a su cuartel para recibir, casi sin
oír, un sin número de novedades intrascendentes.
En 1945, el Consejo Nacional de
Postguerra, del que yo era presidente, después de un largo y juicioso estudio
de la industria argentina, llegó a la conclusión de que la postguerra
plantearía un grave problema de existencia a la actividad industrial, si el
gobierno no tomaba medidas adecuadas para defenderla. Así lo hizo notar también
una gran delegación de industriales de todas las ramas, que se apersonó al
entonces Presidente Provisional, general Edelmiro J. Farrell.
En efecto, durante los cinco años de
la Segunda Guerra Mundial, que no llegó al país ninguna manufactura, la
industria argentina se desarrolló extraordinariamente para reemplazar la
carencia, especialmente de maquinaria de procedencia extranjera. Es indudable
que los costos de producción eran mayores y difícilmente, en un mercado
abierto, pudieran soportar la concurrencia de la manufactura norteamericana y
europea.
Este mismo fenómeno se había
presentado ya en 1918, después de la primera guerra mundial. El gobierno de
entonces abrió el mercado a la importación y poco tiempo después, los
industriales, que habían servido mal o bien al país, se vieron arruinados de la
noche a la mañana, con el tremendo impacto que esto presuponía para la economía
argentina.
Este fue el origen, que ocasionó un
largo estudio de la situación argentina, pues en la economía los problemas no
son nunca aislados ni parciales. El consumo, la producción, la
industrialización y la distribución sin actividades estrechamente conexas. Fue
así que un problema de protección se transformó, a poco de considerarlo, en un
problema de industrialización.
La evolución natural de las
comunidades nacionales, marca en la historia de las naciones, etapas de
superación. De pueblos pastores, pasan a pueblos agricultores para, finalmente,
llegar a comunidades industriales. Las etapas no se aceleran pero tampoco
pueden detenerse. De modo que si un pueblo debe o no industrializarse no
depende de que a un “héroe” de éstos se le ocurra o no hacerlo.
La necesidad de la industrialización
surge de las condiciones generales de la evolución y se impone en particular
más por necesidades demográficas que por otras consideraciones, además de las
necesidades de la economía colectiva.
El caso de nuestro país es de una
elocuencia incontrastable. La República Argentina, con una población cercana a
los veinte millones de habitantes, ha llegado a un alto grado de su evolución
técnica y cultural, como asimismo en su aspecto económico, ha creado el
problema de la alta concentración demográfica.
Abstrayéndonos de otras
consideraciones en beneficio de la síntesis, podemos afirmar que las tres
cuartas partes de su población es ya de carácter urbano y una cuarta parte
rural. En otras palabras, que mientras cinco millones de argentinos producen la
comida y los márgenes de explotación, quince millones que pueblan las ciudades
y los pueblos deben dedicarse a otras actividades.
Considerando que, cinco millones en
las ciudades, se dediquen al comercio, a actividades profesionales, etc., nos
quedarían unos diez millones de habitantes, de los cuales, por lo menos cinco
millones, son adultos útiles para el trabajo industrial.
Si no industrializáramos al país en
estas circunstancias, quince millones de habitantes tendrían que vivir a
expensas de la producción agropecuaria, mientras cinco millones útiles, por falta
de trabajo, tendrían que pulular ociosos en las ciudades y pueblos.
Este problema será cada día más
grave con el aumento de la población y la disminución de necesidad de mano de
obra que la mecanización del agro trae aparejada.
En cambio, nada más justo ni
conveniente, que las masas rurales provean a las ciudades, en tanto las masas
urbanas mediante la producción industrial provean al agro. Esto establece un
verdadero equilibrio y permite cerrar un ciclo interno de economía tonificada
en la complementación, que estimula la producción, la transformación, la
distribución y el consumo.
Si estas consideraciones imponen la
industrialización argentina, el actual estado de cosas en el intercambio de
materias primas por manufacturas, aconseja acelerar el proceso.
En efecto, actualmente se paga por
la materia prima que exportamos precios insuficientes, en cambio, se nos cobra
precios abultados por la manufactura que recibimos en pago. Esto, sin
considerar que no exportamos nuestro trabajo manufacturado y sobre ello
importamos el trabajo manufacturero extranjero manteniendo así a los obreros de
Nueva York o de Detroit o de Francia, o Italia, mientras privamos de trabajo a
nuestros trabajadores.
Finalmente, aun por razones de
defensa nacional, la industrialización se impone. En el mundo moderno la
industria es el único factor decisivo de fuerza que no puede improvisarse ni
reemplazarse. La independencia estratégica es inseparable de la independencia
industrial.
Por eso, dan ganas de llorar cuando
se leen algunas declaraciones desaprensivas e incoherentes, sobre la
preeminencia de la producción sobre la industria, que indican ligereza o
incomprensión irresponsable. Nadie discute la importancia de la producción
agraria, siempre que no sea en detrimento de la industrialización del país,
como aparece en las peregrinas ideas de estos ignorantes.
Es dentro de estas ideas y conceptos
que ya en 1945, decidimos colocar en el primer plan quinquenal, todo un
programa de industrialización que comprendía:
Primer plan quinquenal: proteger la
industria instalada, consolidarla y extenderla lo necesario para completarla.
Segundo plan quinquenal: desarrollo
integral hasta la industria pesada y de materia prima en volumen limitado a las
posibilidades financieras y técnicas.
Tercer plan quinquenal: expansión
industrial hasta las necesidades nacionales y perfeccionamiento integral.
Estos planes se han ido cumpliendo
con matemática exactitud con empresas nacionales estatales y privadas y con el
concurso de numerosas y prestigiosas firmas extranjeras radicadas con abundante
capital financiero y técnico. Mediante esta acción ha evolucionado la industria
en forma portentosa. En 1946, cuando tomé el gobierno, no se fabricaban en el
país ni los alfileres que consumían nuestras modistas. En 1955 los dejo
fabricando locomotoras, camiones, tractores, automóviles, motocicletas,
motonetas, máquinas de coser, escribir y calcular, etc, y construyendo vapores.
En estos días me enteré que estos
bárbaros han dejado sin efecto el Segundo Plan Quinquenal. Lo lamento por la
secuela de terribles inconvenientes que ello acarrearía a los hombres
encargados de la ejecución de toda obra contenida en ese plan, y también por la
desocupación de mano de obra que esta paralización acarreará. Sin duda esa
desocupación es lo que se quiere producir para “tirar abajo” los salarios.
3. Acción política
No es un secreto para nadie que
hasta 1945, en que se realizó la elección presidencial que me llevó al poder,
controlada por el Ejército y elogiada por los propios adversarios, todos los
actos electorales fueron fraudulentos.
La nuestra ha sido siempre una
democracia asentada sobre una infamia: el fraude. Es que la democracia a fuerza
de ser “amada” y “manoseada” por todos, ha terminado por prostituirse.
En la República Argentina se ha
tecnificado el fraude electoral. Hay varios tipos y sistemas. Los que se
realizaban en el Correo, los que se realizaban en la mesa, la cadena, el voto
marcado y el de prepotencia (voto cantado). En todos ellos se trataba de sacar
los votos y reemplazarlos por otros preparados de antemano y hasta se dio el
caso, de encontrar, durante un escrutinio los votos atados con un piolín dentro
de las urnas. El más usual y moderno, cuando ya se habían ya agotado en
absoluto la vergüenza y el pudor, fue el “sistema de prepotencia”. Consistía en
firmarle la libreta al elector y antes que éste sufragara le decían “ya votó”.
Si preguntaba por quién, siempre habían un malevo de comité que, con voz
aguardentosa le contestaba: “no sabés que el voto es secreto”.
Parecerá un cuento, tan terrible ha
sido la situación argentina que cualquier hombre civilizado se resiste a creer
que puedan aún suceder semejantes cosas. Sin embargo es real, de toda realidad.
Por lo que se ve, estos
“libertadores de opereta” instaurarán de nuevo sus sistemas, esta vez, como
antes, en nombre de la libertad y la democracia.
Han comenzado a declarar que el
Partido Peronista es totalitario y que en consecuencia no está de acuerdo con
las ideas democráticas del Pueblo Argentino que lo repudia. Por eso ellos lo
declaran fuera de la ley y no le permiten concurrir a elecciones. Si el Pueblo
lo repudia, ¿por qué no lo dejan? No sacará ni un voto.
Se ve claramente que todo es una
inicua simulación, ni a ellos les importa un rábano la democracia, ni el Partido
Peronista es totalitario. Lo que sucede es que si vamos a elecciones libres y
sin fraude, le ganamos a todos los partidos juntos por más del 70% de los
sufragios, como lo hemos hecho antes. Quizá hoy, con esta acción “inteligente”
de los “libertadores”, obtuviésemos el 80 ó 90%.
Lo que se desprende claramente de
toda esta tramoya, es que se prepara una reedición de los famosos fraudes
electorales. Nosotros desterramos los sistemas y dijimos que “la era del fraude
había terminado”. Se equivocan estos señores si piensan que al Pueblo argentino
de hoy aceptará una elección fraudulenta. Pobre el gobernante que hoy llegara
al gobierno como producto del fraude.
Nuestra acción política durante los
años 1945 hasta 1955 se dirigió a afirmar la soberanía del Pueblo, haciendo lo
que el Pueblo quería y no defendiendo otro interés que el Pueblo. Esta gente,
realmente enemiga del Pueblo, hará lo necesario para entronizar de nuevo a la
oligarquía conservadora clerical tratando de destruir las instituciones
populares creadas por nosotros para defender los derechos y las
reivindicaciones alcanzadas por la masa popular.
Nosotros apoyamos nuestro gobierno
en los trabajadores, que actuaron en el Poder Ejecutivo y en el Congreso
Nacional, además de participar en todas las ramas de las administraciones
provinciales. Más de tres mil dirigentes obreros participaron permanentemente
en el gobierno y la legislación argentina, durante el régimen justicialista.
Ellos han desenterrado una legión de
“animales sagrados” que ya dormían el sueño senil de los olvidos, para ponerlos
al frente de una evolución hacia atrás que propugna. Se trata, según han
declarado, de volver todo al año 1943, como si la historia tuviera la
reversibilidad de un par de calzoncillos.
El movimiento justicialista ha
dejado al país una constitución moderna y popular y le ha inculcado al Pueblo
una doctrina política que nadie podrá ya destruir, a pesar de las calumnias y
mentiras que lanzan todos los días. Para persuadir hay que estar convencido y
esta gente nada tiene ni en el cerebro ni en el corazón, por eso no se
convencen ni así mismos. La mística emergente de una doctrina justa, libre y
soberana ha hecho presa al hombre del Pueblo, encarnándose profundamente en las
masas. Podrían destruir a Perón, pero lo que les dejé en el alma de cada
peronista, eso no lo destruirán jamás, ni con discursos, ni con sermones, ni
con mentiras, ni con calumnias.
V. Otras acciones del justicialismo
En la enseñanza
Hasta el advenimiento del
justicialismo, la enseñanza estaba sólo al alcance de la oligarquía. El hijo de
un hombre del Pueblo no podía nunca llegar a la enseñanza secundaria y menos
aún a la universitaria, por la simple razón del dinero.
Al establecer nuestro gobierno la
absoluta gratitud de toda la enseñanza, abrimos las puertas de la instrucción y
la cultura a todos los hijos del Pueblo. Se terminó así con la odiosa
discriminación y se dio acceso a todos por igual, para que de acuerdo con sus
aptitudes, pudieran labrarse su porvenir.
La creación del Ministerio de
Educación de la Nación, posibilitó asimismo dedicar una gran actividad y los
fondos necesarios para encaminar y costear las diversas disciplinas
escolásticas, científicas y técnicas.
En 1945 las personas que estudiaban
en la República Argentina no pasaban de los dos millones. En 1955, cuatro
millones de estudiantes poblaban las aulas en la enseñanza primaria,
secundaria, universitaria, técnica y especial.
Los fondos dedicados a la educación
pasaron de quinientos millones en 1945 a tres mil millones en 1955.
Recibimos el país con casi el 15% de
analfabetos entre niños y adultos y, todos los años, más de doscientos mil
niños no podían concurrir a la escuela primaria por falta de asientos en las
escuelas del Estado. Lo devolvemos con sólo el 3% de analfabetos adultos y hoy
todos los niños, sin excepción, pueden cumplir sus estudios primarios,
secundarios, universitarios, técnicos y especiales.
El estado de los edificios escolares
era calamitoso cuando en 1946 nos hicimos cargo del gobierno. Se había dado el
caso del derrumbe del techo de una escuela, hiriendo a numerosos niños. En
otros casos, las escuelas funcionaban en ranchos inapropiados.
En 1945 el déficit de edificios para
escuelas de todo tipo pasaba de los diez mil. Nosotros en los ocho años de
gobierno construimos ocho mil escuelas confortables y grandes. (Casi a razón de
tres escuelas por días). Sólo en los primeros años del primer plan quinquenal,
se construyeron más escuelas que en todo el resto de la historia argentina.
Ya en 1945, siendo Secretario de
Trabajo y Previsión, creé las Escuelas de Aprendizaje y Orientación
Profesional, destinadas a formar operarios, técnicos y profesionales. Hasta
entonces los niños pobres aprendían sus oficios como aprendices en las fábricas
y talleres y en medio del dolor de la injusticia y explotación que allí
existía. No era esa la mejor escuela para formar operarios de la Nación.
Este régimen permitió encarar la
enseñanza de grandes núcleos de población constituida por los niños que
habiendo terminad el ciclo primario, por diversas causas, no seguían el
secundario. Este contingente resultaba, en todo el país, casi el setenta por
ciento de la población escolar. Hoy, después de ocho años, estas escuelas dan
un total de casi cien mil operarios anuales altamente capacitados, para todas
las actividades manuales, después de haber cursado los tres años en las
escuelas de la Dirección Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional.
De estos mismos operarios egresados,
luego de algunos años de práctica en las fábricas y talleres pueden seguir los
cursos en las escuelas técnicas para egresar como “técnicos de fábricas” y
luego pasar a la Universidad Obrera para obtener el título de Ingeniero
Técnico.
Con esto hemos terminado con un
estado de cosas que evidenciaba una fragante injusticia: había escuelas para
los que podían costearse los estudios en las profesiones liberales; para los
pobres, en cambio, no sólo no las había, sino que ellos eran arrojados, aún
niños, a los talleres para formarse en el trabajo y el resentimiento. ¡Linda
manera de hacer Patria! Estos son los “libertadores”…
Creamos asimismo y con objetivo
similar numerosas escuelas y centros tecnológicos en todo el país que
actualmente escalonan en el territorio nacional verdaderos centros de
irradiación formativa.
Ampliamos y extendimos la acción de
las universidades argentinas llevando de veinte a cien mil la población
estudiantil universitaria y dando lugar a que numerosos latinoamericanos se
incorporaran a ella. Sólo en la Universidad de Buenos Aires, quince mil
estudiantes de Latinoamérica, siguen los cursos de las diferentes profesiones.
En 1945 no pasaban de mil en todas las universidades reunidas. Algo ha de haber
pasado en estos ocho años en las Universidades argentinas para que así sea.
El espacio de esta síntesis no me
permite extenderme en numerosos aspectos de la extraordinaria obra realizada en
esta rama del gobierno pero, si algo fue extraordinario en esta obra, fue
precisamente la nueva orientación nacional dada a la enseñanza para destruir la
colonialista que existía.
En la libertad de cultos
En la Argentina, por disposición
constitucional, si bien el Presidente debe ser católico, tiene la obligación de
hacer respetar la libertad de cultos. Esta simple y justa prescripción tiende a
asegurar una libertad esencial que nadie se atreve ya a discutir en el mundo,
por lo menos en público.
Sin embargo, puedo afirmar, con la
experiencia dura de los hechos, que es menester poseer un gran carácter y una
fuerte energía para imponerse a los sectarios y poder cumplir el juramente
empeñado a la Constitución y a la Patria.
Son muchos los que en nombre de la
religión vienen a inducirle a uno a la persecución. Un día es a los judíos,
otro a los protestantes y luego a los masones, como si un presidente, por ser
católico, debiera pasar a ser instrumento de persecución, en reemplazo de la
ineptitud o incapacidad moral de los pastores encargados del culto.
La primera cuestión que se me trajo
fue la invasión protestante a Formosa, donde algunos pastores inculcaban su
culto. Yo contesté que en la República Argentina había libertad de culto y que
mi deber era ampararla y que así como no me parecía bien que los sacerdotes se
metieran en política, tampoco creía prudente que los políticos nos metiéramos
en los cultos. Luego se nos insinuó la inconveniencia de que se hicieran
espectáculos en las plazas y las calles con motivo que algunos cantaban y
tocaban el acordeón. Yo dije que mientras otras religiones hicieran procesiones
en la calle, yo no podía impedir que ellos lo hicieran a su manera.
Al hacerme cargo del Gobierno tuve
un serio problema con la persecución de los judíos. Se había dado el caso, en
Paraná, Entre Ríos, que desnudaron en la calle a un israelita y corriéndolo a
golpes dando un espectáculo bochornoso. No había día que alguna sinagoga no
fuera dañada con bombas de alquitrán o que en las calles apareciese algún
letrero ofensivo. Siempre he creído que estos son signos de barbarie. La culpa
recayó invariablemente en los nacionalistas. Un día llamé a los dirigentes de
esta agrupación y les hablé francamente. Ellos me manifestaron que era
totalmente falso que su movimiento cometiera esos desmanes y tomaron contacto
con las organizaciones judías. Se estableció después, que las inscripciones
eran de los nacionalistas de la Acción Católica.
Con referencia a la masonería se me
planteó también un problema similar. Se me aseguró que en nuestro movimiento
había masones infiltrados. Yo respondí que no sabía, ni que me interesaba,
porque mientras fueran buenos peronistas no me importaba si pertenecían a una u
otra sociedad. Recuerdo entonces que uno me dijo: “Pero, Señor Presidente, ¿qué
piensa usted de un masón?” “Lo mismo que de un socio de Boca Júniors”,
contesté, y terminó la entrevista.
Durante mi gobierno recibí
indistintamente a los jefes de la iglesia católica apostólica romana, como a
los rabinos judíos, al representante del Patriarca de Jerusalén y jefe de la
iglesia ortodoxa de Oriente, a los ortodoxos griegos, a los protestantes, a los
mormones, a los adventistas, a los evangelistas, etc., porque creí de mi deber
no hacer diferencias entre los pastores de los diversos sectores del Pueblo
Argentino. Jamás tuve inconveniente con ninguno de ellos, excepto los católicos
romanos, que no perdieron nunca la ocasión de pedir, imponer, cuestionar las
leyes, realizar negocios, armar escándalos y hasta, durante mi gobierno, tuve
la desgracia que el crimen más horrendo cometido en los últimos veinte años, lo
fuera por un sacerdote católico apostólico romano, llamado Mazzolo, secretario
del Arzobispo de Santa Fe, Señoría Ilustrísima y Reverendísima Monseñor
Fasolino. Este cura se había casado en Rosario (Santa Fe) ocultando su
condición de sacerdote. Luego se instaló en una pequeña propiedad en un pueblo
suburbano. Con su mujer tuvo dos hijos. Un día asesinó a su mujer, la
descuartizó, la llevó en el cajón de su automóvil y arrojó sus fragmentos en
diversos lugares del Río de la Plata, después de destruir los posibles
elementos de identificación.
En la organización del Pueblo
Una de las mayores preocupaciones
del movimiento justicialista en el gobierno, fue la organización del Pueblo.
Siempre he considerado que una turba es una masa inorgánica.
Por eso, desde mi ascenso al poder
me dediqué con verdadero ahínco a organizarlo todo. Traté de crear un gobierno
centralizado para concebir y planificar, un Estado descentralizado para
ejecutar y un Pueblo libremente organizado para producir.
Confieso que no tuve inconveniente
alguno para conseguirlo, pues persuadí a la gente poco a poco de la necesidad
de que, dirigentes representativos de las distintas actividades, pudieran
colaborar con el gobierno haciendo escuchar sus opiniones y defendiendo los
intereses de las organizaciones que representaran.
Comencé por las organizaciones
obreras. Encomendé a sus dirigentes que me redactaran un “Estatuto Legal para
las Asociaciones Profesionales” donde su larga experiencia estuviera volcada en
su texto, mediante prescripciones sabias y prudentes. La tarea no era fácil.
La historia del sindicalismo
argentino era trágica. Por una parte, por la acción injusta y prepotente de los
gobiernos reaccionarios; por otra, por la propia desunión de los dirigentes,
ocasionada por la gravitación política, especialmente de los socialistas, que,
con dirigentes burgueses, hacían un juego de engaño y traición a la clase
trabajadora.
Los gobiernos reaccionarios no
habían previsto nada sobre organizaciones profesionales porque así tenían
libertad para actuar como poder de policía. Se aducía para ello la prescripción
constitucional que establece que “todo argentino tiene derecho a asociarse con
fines lícitos”. Dejado así, en forma muy general y sin reglamentar, la defensa
de los intereses profesionales pasaba a ser un derecho muy aleatorio,
dependiente de la justicia que los reaccionarios manejaban a su antojo.
En esas condiciones los sindicatos y
centrales obreras funcionaban con “espada de Damocles” pendiente sobre sus
Comisiones Directivas. En efecto, cuando se producía una huelga, la justicia
las declaraba “asociaciones ilícitas”, la intervenía y todos sus componentes
iban a dar con su humanidad a la cárcel.
Nosotros pusimos especial cuidado en
el Estatuto Legal de Asociaciones Profesionales que redactamos, en forma de
neutralizar esta injusta y abusiva maniobra para el futuro. Para ello establecimos
que una institución gremial de trabajadores no podía ser intervenida sino por
otra organización obrera de mayor jerarquía. Con esto le dimos un privilegio
indispensable para defenderla contra los gobiernos prepotentes y
malintencionados.
Su efecto no se ha hecho sentir
frente a estos bárbaros de la dictadura militar que masacraron a miles de
obreros en Rosario, Avellaneda y Buenos Aires y se animaron a intervenir la CGT
Es claro que el móvil de esta gente subalterna al asaltar la propiedad privada
e intervenir la Sociedades Anónimas, no es político, sino simplemente es robo;
es una especie de saqueo organizado. Ello se hace notar en la previsión con que
descubren “donde hay dinero” o algo que lo represente para lanzarse sobre ello.
La violación de la ley por la
dictadura dará lugar a su hora a un juicio en el que la Nación deberá resarcir
los daños ocasionados.
En 1945, cuando se puso en vigencia
el Estatuto Legal de las Asociaciones Profesionales, existían tres centrales
obreras. Mediante sabias disposiciones de este estatuto se llegó a la central
única que representa también la única forma que los trabajadores tengan fuerza
y dejen de depender de los caudillos políticos que siempre simulando servir a
los obreros, en la realidad se sirven de ellos.
En 1950 la organización obrera era
ya un baluarte inexpugnable con CGT y sus dos mil sindicatos capitalizados y
potentes. Era una organización temible para la reacción y aún para los
políticos de todos los partidos, incluso el peronista, porque su única política
consistía en la defensa de los intereses gremiales y profesionales. Tenían sus
diputados, sus senadores, sus ministros, tanto en el poder federal como en los
gobiernos provinciales, en los cuales varios gobernadores hicieron honor a su
condición de dirigentes sindicales con gobiernos que fueron ejemplo de
capacidad y honradez.
Otra de mis preocupaciones fue
organizar la Confederación General Económica, en la que se agrupasen los
productores, los industriales y los comerciantes. El objeto principal era que
las fuerzas vivas pudiesen llegar al gobierno con sus inquietudes y necesidades
generales y mantener con las organizaciones del trabajo una relación
constructiva a base de un trato justo y ecuánime.
Una de las conquistas más decisivas
obtenida ya en 1945 en la Secretaría de Trabajo y Previsión fue precisamente la
oficialización de los convenios colectivos de trabajo. Ellos podrían ser
realmente efectivos cuando su origen fuera una decisión conjunta de la CGT y la
CGE (Confederación General del Trabajo y Confederación General Económica).
Los empresarios al principio un poco
desconfiados y remisos, decidieran ya en 1951 la organización de la
Confederación General Económica a base de una federación de la producción, otra
de la industria y la otra del comercio.
Desde entonces, los convenios
colectivos de trabajo pasaron a ser acuerdos bipartitos por dos años, con lo
que se consiguió una estabilidad general de salarios, que con la congelación de
precios y su control, frenó la inflación y estabilizó el costo de vida, quizás
como una excepción en el mundo actual. Ello merced a los beneficios que siempre
trae aparejados la organización.
Recién entonces, los empresarios se
dieron cuenta de las ventajas que el sistema comportaba, cuando llegaron a
olvidarse de las ruinosas huelgas que siempre habían soportado. En la
producción, una huelga suele compararse a un incendio; tales son sus
perniciosos efectos. Con nuestro sistema hemos llegado a abolir totalmente las
huelgas sin ninguna intervención estatal, por la persuasión y acuerdo de las
partes.
Obtenida esta base comenzó la
organización de la Confederación de Profesionales, que encontró alguna
dificultad por carencia de una conciencia social solidaria que caracteriza a
esta clase de actividades.
Las organizaciones estudiantiles
llegaron a un alto grado de eficiencia con la Unión de Estudiantes Secundarios
(UES), la Confederación General Universitaria (CGU), la Confederación de
Estudiantes de Institutos Especializados (CEDIE), la Federación Americana de
Estudiantes (FAE) y la Organización Mundial Universitaria (OMU). Estas
organizaciones totalmente prescindentes de la política tenían por misión: la
defensa de los intereses estudiantiles y el desarrollo de la acción deportiva
en la juventud estudiosa.
Las instituciones mencionadas
constituían, en el aspecto deportivo, la Liga Estudiantil y, casi toda la
organización era a base de clubes donde los estudiantes podían incluso
hospedarse para resolver el difícil problema de su alojamiento, hasta nuestro
tiempo, de un aspecto calamitoso moral y materialmente considerado.
Las instalaciones, construcciones,
alimento, alojamiento, etc., de estas instituciones fueron pagadas por el
Estado desde que los estudiantes pobres que las utilizaban no podían costearlas
por sí. Por otra parte la gimnasia y los deportes forman parte de la cultura
física que con la intelectual y la moral completan los estudios modernos que
dejamos al país.
Ahora he visto en los diarios la
crítica a los gastos que hicimos para dar un poco de salud, alegría y felicidad
a nuestros muchachos. Yo sé que estos “libertadores” hubieran preferido que ese
dinero fuera a sus manos, así ellos lo derrochaban en algo que justifica las
substracciones.
Sé también que todas estas
instituciones han sido intervenidas y sé también por qué. Las instituciones
religiosas católicas de la República Argentina, empeñadas en comprar nuestra
juventud para sus fines, se opusieron pertinazmente a que la juventud se
organizara por su cuenta. Ellos pretenden dirigirlas. Los muchachos son reacios
a sus procedimientos y a su sectarismo. Entonces los curas prefieren que, si no
son de ello, no existan organizaciones juveniles, ni estudiantiles. Lo mismo
nos ocurrió con los Campeonatos Juveniles e Infantiles Evita, organizados por
la Fundación Eva Perón.
Lo más probable es que estos
“campeones de la libertad” traten de destruirlas. Con ello conseguirán añadir
un nuevo baldón a los muchos que ya cargan sobre su conciencia un tanto
desaprensiva, más por inconsciencia e irresponsabilidad de lo que hacer, que
por otras razones. Un bruto suele ser peor que un malo, porque el malo tiene
remedio.
Sería largo enumerar las numerosas
instituciones profesionales, sociales, deportivas, etc., que apoyamos e
impulsamos desde el gobierno con una idea definida y una intención decidida en
la organización del pueblo. Creemos firmemente que la peor masa es la ignorante
porque puede ser fácil instrumento de los audaces y de los malintencionados. En
la organización, la comunidad encuentra su autodefensa.
En la salud pública
Aunque parezca increíble, hasta 1946
no existía en la República Argentina un organismo estatal encargado de velar
por la salud de su población. Existía en cambio un Ministerio de Agricultura
que tenía una Dirección de Sanidad Vegetal y Animal. Interesaba más la salud de
los animales porque éstos tenían buen precio, en cambio un hombre no se
cotizaba ni en ferias, ni en mercados. Esta era la Argentina que nosotros
encontramos.
Se combatía la garrapata y la
langosta en el norte, pero el paludismo, que diezmaba su población, no había
llamado la atención de los poderes públicos. La lepra, en el litoral, era un
problema serio. La tuberculosis y la sífilis eran verdaderos flagelos
nacionales ayudados por la incuria de las autoridades. El tifus exantemático,
la brucelosis, el quiste idatídico y numerosas enfermedades iban tomando formas
crónicas en sectores de población regional.
Una de las primeras medidas de
nuestro gobierno en 1946, fue crear el Ministerio de Salud Pública, el que
recibió la misión de organizar la sanidad argentina, establecer normas
generales de profilaxis, estudiar los problemas planteados por las enfermedades
endémicas, lanzar una acción decidida para terminarlas y organizar las
medicinas preventiva y curativa en el país.
Sería largo historiar la acción
proficua y decidida de este Primer Ministerio de Salud Pública pero algunos
datos estadísticos serán elocuentes reflejos de esta acción. Mediante un nuevo
sistema de “dedetización” sistemática, se terminó con el paludismo en el país
en sólo dos años de acción intensa. En la actualidad hace cinco años que no se
conocen nuevos casos. En 1946 el índice de mortalidad por tuberculosis era de
130 por cien mil, en 1954 ese mismo índice era de 36 por cien mil. La sífilis y
las enfermedades venéreas han desaparecido en su casi totalidad con el empleo
adecuado de los modernos antibióticos. La lepra ha sido circunscripta a los
leprosarios preparados y habilitados que han permitido el aislamiento
conveniente, evitando los transmisores ambulativos.
De la misma manera se ha terminado
con las epidemias de tifus exantemático, brucelosis, etc., etc.
La organización sanitaria asegura
ahora una vigilancia estatal sobre toda epidemia propio o emigratoria, de modo
que podemos afirmar que, por primera vez, la población argentina está realmente
protegida contra ese peligro siempre latente.
En la medicina asistencial se ha
dado un paso gigantesco. En 1946 no se disponía sino de siete mil camas en
todos los hospitales existentes tanto una población de casi quince millones,
requería una existencia mínima de quince mil camas.
Para subsanar este grave problema de
carácter asistencial iniciamos una política decidida de apoyo a la construcción
de modernos policlínicos. Los gremios más numerosos, las asociaciones
mutualistas y otras organizaciones recibieron el estímulo y el apoyo financiero
del Estado para llevar a cabo las construcciones. Para no cansar con datos
estadísticos de esta naturaleza, sólo deseo dar algunas referencias generales.
Sólo la Dirección General de Acción Social del Sindicato Ferroviario construyó
en estos ocho años: un gran policlínico central de mil camas, veinticinco
policlínicos menores regionales, etc. La mayor parte de los gremios disponen ya
de modernos policlínicos o consultorios externos, según su capacidad económica.
La “Fundación Eva Perón” en un
esfuerzo admirable desarrolla un plan de habilitación de veintiocho
policlínicos modernos en todo el país, de los cuales cinco está ya funcionando
con un total de tres mil setecientas cincuenta camas, sin contar otros centros
de salud y readaptación que atienden una población de más de dos mil quinientas
personas alojadas.
Los viejos hospitales de la Capital
Federal y de las provincias, dependientes de las autoridades comunales, han
recibido también el aporte de numerosas mejoras en sus servicios, como asimismo
las Facultades de Medicina de las distintas Universidades construyeron o
mejoraron los hospitales escuelas correspondientes.
En este sentido, tan grande ha sido
el impulso impreso a la sanidad asistencial que, en la actualidad, se
encuentran instaladas más de quince mil camas en servicio, es decir, nosotros
en ocho años hemos habilitado en modernos y confortables policlínicos, más
camas que en toda la historia de la sanidad argentina.
La medicina preventiva ha recibido
un impulso extraordinario. Las revisaciones periódicas, los catastros
pulmonares permanentes, desconocidos en nuestro país, mediante sistemas
económicos, van siendo generalizados en casi todo el territorio. Solamente la
Sanidad Escolar y la Fundación Eva Perón, revisan y catastran anualmente a más
de un millón de niños que son seguidos atentamente en su desarrollo. Este mismo
proceso preventivo se extiende aceleradamente a la población obrera de fábricas
y talleres.
Cada día estamos más lejos de la
orfandad legárquica, porque pensamos que la conservación del material humano,
es el índice de la mayor riqueza en lo material y en lo humanista.
Podrán morir argentinos por miseria
fisiológica, pero ya no mueren más por miserias sociales. Los médicos nos han
ayudado a nosotros los estadistas, curando, pero no hemos nosotros ayudado
menos a los médicos con las medidas sociales de mejoramiento en la alimentación
y profilaxis que un mejor Standard de vida trae aparejado.
Estos “libertadores” no ven nada de
esto. Total ellos recibieron del Pueblo todo lo necesario para vivir gordos y
ociosos. Hay una conciencia que sólo vive en los conscientes. Los
irresponsables, a menudo sólo ven lo que nosotros no vemos, por eso suelen ser
felices a su manera.
En los deportes
En la doctrina justicialista se
considera al hombre como un ente sustible a la cultura, pero de acuerdo al
viejo aforismo griego todo en su medida y armoniosamente. Por eso, en la
educación consideramos como indispensable que el Estado influyera para formar
un individuo de perfecto equilibrio en sus cualidades y calidades esenciales,
mediante una cultura intelectual, una cultura física y una cultura moral.
Sólo un individuo con un alma buena,
con su cuerpo sano y vigoroso y una mente desarrollada e inteligente,
satisfará, en nuestro concepto, una educación completa e integral.
Pensamos nosotros que un hombre
sabio, si es un malvado, adquiere mayor grado de peligrosidad para sus
semejantes, de donde en la educación es decisivo formar hombres buenos y prudentes,
que grandes eruditos al servicio del mal.
Para alcanzar los altos fines
perseguidos por esta orientación se organizó un sistema escolástico que
permitiera, en la escuela, colegios y universidades, cultivar la inteligencia y
el alma mediante una enseñanza intelectual y moral adecuada. En las palestras
deportivas, complemento de las anteriores, se debía, en cambio, fortalecer y
desarrollar el cuerpo y ejercitar con las virtudes viriles el espíritu
individual, la solidaridad y cooperación colectivas, mediante ejercicios y
pruebas apropiadas.
La antigua gimnasia aburrida y en
general imperante debía ser reemplazada por la práctica deportiva, entusiasta y
activa, consubstancial con el Pueblo en sus manifestaciones propias.
Dentro de estos conceptos, establecimos
que los niños de escuela primaria debían dedicarse a los juegos deportivos
propios de su edad y las escuelas disponer de pequeños campos deportivos, donde
dos veces por semana, los niños pudieran pasar por lo menos una tarde o una
mañana jugando al aire y al sol. Las escuelas y colegios secundarios debían
iniciar a los niños mayores de doce años en la práctica deportiva, disponiendo
al efecto de campos de deportes cercanos propios o de los clubes existentes en
las cercanías. Esta acción era completada por los clubes de la “Unión de
Estudiantes Secundarios” (UES), organizados en todo el territorio de la
República, donde las muchachas y los muchachos podían dedicar las tardes y las
mañanas para cultivar los deportes de su preferencia y completar su cultura
general.
Con esa finalidad, el Estado
construyó un gran club de varones en Núñez con más de cien mil socios entre los
estudiantes secundarios y otro de mujeres en la Quinta Presidencial de Olivos,
que contaban con casi noventa mil niñas de los establecimientos secundarios. En
esos clubes además de la totalidad de los deportes se enseñaban danzas clásicas
y folklóricas, canto, arte escénico, pintura, etc. En las provincias se habían
organizado establecimientos similares. Estos clubes eran gobernados y dirigidos
por los mismos estudiantes con el asesoramiento de profesionales.
En la rama universitaria, técnica y
especial, organizada en forma similar, funcionaban también en las
confederaciones correspondientes organizaciones similares.
Todo este personal deportivo se
agrupaba en la Liga Estudiantil Argentina (LEA) que anualmente debía realizar
campeonatos propios. Para niños y jóvenes que no fueran estudiantes, la
Fundación Eva Perón, mantenía sus clubes y anualmente organizaba los
campeonatos infantiles y juveniles, movilizando en todo el país, a casi medio
millón de niños y jóvenes deportistas.
El deporte en los adultos era
dirigido y gobernado por la Confederación General de Deportes que, reuniendo a
todas las federaciones de las distintas especialidades y el Comité Olímpico,
formaba una entidad privada, donde sus autoridades eran designadas por
elección.
Este sistema dio resultados tan
extraordinarios que el programa actual de formar en el país cinco millones de
deportistas, era ya un objetivo asegurado. En estos ocho años la Argentina ganó
varios campeonatos mundiales y sus deportistas fueron mundialmente conocidos.
Se construyeron grandes estadios en
toda la República y se iniciaron en la práctica deportiva millones de jóvenes
argentinos. En el homenaje que los deportistas hicieron al Gobierno en
agradecimiento que su apoyo y su ayuda, delegaciones de todo el país desfilaron
durante cuatro horas ininterrumpidamente.
Por noticias de estos días me entero
que todas las organizaciones deportivas, por primera vez en la historia
argentina, han sido intervenidas por el gobierno. Tal medida, de una violencia
y arbitrariedad sin precedentes, evidencia la clase de gobierno que soporta el
país.
Sin duda una cantidad de advenedizos
tratarán de destruir las organizaciones deportivas con grave perjuicio para el
deporte argentino.
Igualmente han intervenido las
organizaciones estudiantiles que con tanto cariño levantamos nosotros, pero
tengo fe en los jóvenes y allí no conseguirán sino hacerse odiar por los
muchachos y las muchachas que no entienden ni soportan supercherías y son aún
suficientemente idealistas como para no pensar en conveniencias
insignificantes.
El saldo de la “revolución
libertadora” en este aspecto, anuncia desastres como en lo demás; debemos
esperar días mejores en que nos sea dado poder seguir trabajando para el Pueblo
Argentino. La noche negra de la dictadura habrá quedado atrás, su triste
memoria será un incentivo para no volver ni la vista. El estigma de la traición
y el genio del mal habrán sido una vez más una lección para todos.
VI. La ayuda social “Fundación Eva Perón”
Cubiertos todos los riesgos por
nuestra previsión social y legislación laboral, nos dimos cuenta que aún
algunos sectores y riesgos no habían sido alcanzados por nuestras meditadas
previsiones. Es que la comunidad es tan heterogénea en sus diversos componentes
y problemas, que difícilmente puede ser integralmente defendida en su conjunto
y en sus individuos por la simple previsión social.
Dentro del Pueblo mismo siempre hay
familias y hay individuos (ancianos, mujeres, niños y aún hombres) que no
tienen derechos pero tienen necesidades y miseria. En muchos casos ellos mismos
son culpables por sus vicios y sus disipaciones, pero ni aún esas causas
disminuyen las necesidades ni evitan las miserias. Culpables o no, necesitan la
ayuda humana de solidaridad que la comunidad está en la obligación de atender.
Desde que el problema existe, una
sociedad justa y provisora debe atenderlo y resolverlo. Con este concepto
altamente humanista nació la “Fundación Eva Perón”. Se formó de la nada, como
generalmente se forman las grandes cosas cuando un corazón las anima y una
fuerte voluntad de bien las impulsa. La fuerza motriz fue Eva Perón; los
medios, la bondad y la generosidad infinita de nuestro pueblo; el fin, aliviar
un dolor o enjugar una lágrima allí donde existieran.
El precio pagado fue
desproporcionado porque representó el sacrificio de la propia vida de Eva Perón
que la inmoló concientemente en beneficio de los pobres y de los necesitados de
todo orden, cualquiera fuera la parte del mundo donde estuvieran.
Mandó miles de paquetes con comida y
ropas a los niños alemanes y japoneses en 1945, concurrió a Ecuador, Bolivia,
Chile, Turquía, Italia, en terremotos, inundaciones, etc. Vistió a los bomberos
de Londres en días difíciles. Llegó con obsequios a los niños pobres del mundo
sin excluir los Estados Unidos de Norte América, ni a Checoslovaquia, a pesar
de las diferencias.
En nuestro país millones de personas
han recibido la ayuda oportuna y necesaria que nadie le hubiese prestado a no
ser la Fundación. Sus hogares de tránsito, sus hogares escuelas, sus
proveedurías, sus policlínicos, sus colonias de vacaciones, su ayuda social
directa, su servicio médico integral, sus campeonatos deportivos, sus juguetes,
sus panes dulces y sus sidras, marcan una etapa en la vida argentina suficiente
para inmortalizar a esa extraordinaria mujer que fue Eva Perón.
La ciudad infantil y la ciudad
estudiantil son sus monumentos, donde los niños de todos los tiempos recordarán
que “al lado de Perón hubo una humilde mujer que el Pueblo llamaba
cariñosamente Evita”, que dio su vida por verlos felices y mirarlos reír.
“Los libertadores” de esta
revolución de criminales mandaron destruir sus monumentos que el Pueblo levantó.
Intervinieron la Fundación Eva Perón, profanando sus locales con uniformes
deshonrados, de una marina sin gloria, cargada con el deshonor de la “Rosales”
y que en un siglo la primera página de historia que escriben es ésta de
asesinatos, destrucción y profanación.
El mundo entero conoce a Eva Perón y
el mundo entero sabe de su obra y de su acción. No son precisamente estos
anónimos filibusteros de la revolución los que pueden empañar su gloria. Hay
ataques que honran. Este es uno de ellos.
La Fundación surgirá potente y
pujante de esta prueba y un día cuando ya ni se sepa que estos bandidos han
existido en nuestra Patria, la figura de Eva Perón surgirá serena y señora para
indicar a las generaciones argentinas el sendero del amor y la solidaridad.
VII. El caso La Prensa
El caso del diario La Prensa,
de Buenos Aires, es una simple evasión de impuestos. Lo complejo está
precisamente en su existencia, su administración y dirección.
En Buenos Aires no es un secreto
para nadie que este diario hace ya muchos años no pertenece a la familia Paz.
Gainza es simplemente un testaferro.
Si cuando este diario era de Paz fue
una calamidad para el pueblo argentino por representar la más cruda reacción
oligárquica, desde el momento que intereses extranjeros lo adquirieron pasó a
ser un puesto avanzado del colonialismo. Gainza Paz, fue simplemente una
pantalla para hacer creer que allí “no ha pasado nada”.
La dirección de La Prensa ha
estado siempre en otras manos. El ex embajador de Gran Bretaña, Sir Nelly, dice
en sus memorias que mientras estuvo en Buenos Aires (1945-1946), él
personalmente redactó los artículos de fondo del diario La Prensa.
En 1946 este diario estaba procesado
administrativamente por la aduana nacional, acusado de haber hecho uso indebido
del papel de diario que, como tal, estaba liberado de impuestos. Este proceso
databa ya de algunos años, de modo que cuando yo me hice cargo del gobierno, me
encontré ya con el proceso en marcha.
Además existía otra denuncia de
otras evasiones impositivas ocasionadas por simulaciones de servicios
informativos a fin de defraudar al Fisco en los impuestos a los réditos y
eludir las disposiciones cambiaras del Banco Central. A tal efecto, La
Prensa había celebrado contrato con una importante agencia informativa
extranjera (U.P.), contratando con carácter exclusivo sus servicios en la suma
de quinientos mil pesos mensuales. Esta suma, evidentemente exagerada, había
llamado la atención de la Dirección General Impositiva, ya que servicios
similares nunca pasaban de diez o quince mil pesos mensuales. Se suponía que
mediante este procedimiento doloso La Prensa giraba sus
beneficios evadiendo así la ley de cambios y defraudando al fisco el impuesto a
los réditos.
En los primeros meses del año 1946,
el diario provocó un conflicto con su personal que pedía mejoras semejantes a
las acordadas en los demás diarios de la Capital Federal. Era indudable que La
Prensa no se había distinguido nunca por su sentido social y era
considerada por todos sus obreros como un baluarte de la explotación
capitalista de los trabajadores.
Los vendedores del diario le
exigieron asimismo mejores condiciones para la venta ya que todos los otros
diarios las habían acordado. La Prensa, firme en su intransigencia,
se negó a todo. Su personal se declaró en huelga y el diario no salió. Era la
primera vez en muchos años que ello le ocurría. Con un grupo de “crumiros” se
pretendió hacer una demostración de fuerza en los talleres, los obreros
resistieron y hubo muertos y heridos.
Para evitar que se difamara al Poder
Ejecutivo con el pretexto de la libertad de prensa, decidí permanecer
prescindente en el problema y, mediante un mensaje al Congreso, le pasé el
asunto a su consideración y solución.
Comisiones de las Cámaras intentaron
arreglar el conflicto sin resultado, pues la intransigencia patronal era
irreductible. Del mismo modo el personal obrero exigía las mejoras que
consideraba justas o en su defecto no trabajaba.
Después de muchas gestiones y
consideraciones, las Cámaras votaron una ley expropiando el diario, ordenando
pagar su valor y liquidarlo en forma de asegurar el mejor provecho social.
El Poder Ejecutivo se limitó a
cumplir la ley. Para ello fue necesario, previamente, resolver los procesos
pendientes por evasión de impuestos, la justicia luego de largos y laboriosos
diligenciamientos condenó a la empresa al pago de las multas correspondientes,
que debían deducirse del precio para resarcir al Estado.
Hecho lo anterior, se liquidó la
empresa; la compraron a medias la Confederación General del Trabajo y el
Sindicato de Vendedores de Diarios.
La Prensa, que
hasta entonces representaba los intereses contrarios al Pueblo y a menudo de la
Nación, comenzó a salir con una orientación eminentemente popular. El mismo
personal siguió en su puerto, pero ahora como propietario.
Es indudable que este asunto dio
mucho que hablar. Los “libertadores” de la dictadura militar, prometieron
devolverlo despojando a la CGT y al Sindicato, pero ellos compraron y pagaron
de buena fe. El fallo en firme ampara su derecho.
Veremos qué hacen “libertadores” que
han de haber recibido dinero con el compromiso de devolverla. No sería difícil
que así como traicionaron al país y a la fe jurada a la Nación, traicionen
también a los capitalistas que los financiaron y dirigieron hasta el momento de
tomar el poder. Ahora es más conveniente andar bien con la CGT El traidor no
cambia, cambian los traicionados.
VIII. El Caso Bemberg
La familia Bemberg en la Argentina
es algo así como un inmenso pulpo venenoso que todo lo va emponzoñando y
ocupando.
La corrupción de funcionarios
públicos fue su especialidad. La “coima” es una institución bembergiana.
Penetró el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. No hubo
rincón de la Administración Pública donde Bemberg no llegara con su corrupción.
Mediante este procedimiento
delictuoso llegó a amasar una gran fortuna; como Al Capone, se dedicó a la
cerveza y constituyó el más extraordinario monopolio, para estar también fuera
de la ley en este aspecto. Sus abogados fueron también famosos como lo son en
el foro los que se dedican a esta clase tan torcida del derecho.
Bemberg fue tomando todas las
cervecerías del país después de arruinar a sus legítimos dueños por la
competencia desleal. Tomó todas las fábricas de levadura y monopolizó las
malherías. Era desde ese momento el “Rey de la Cerveza”; como tal, había
terminado con todos. Obtenido esto, se dedicó a la yerba mate y tal vez habría
creado otro inmenso monopolio si las cosas no hubieran cambiado con la muerte
de “Don Otto”.
A la muerte de este señor sus
herederos iniciaron juicio sucesorio, de esto hace casi veinte años, y con gran
sorpresa para el fisco, su fortuna se reducía sólo a seiscientos mil pesos.
Terminado el juicio, frente a tan insólita y absurda simulación, el Consejo
Nacional de Educación denunció la evasión de impuestos y el asunto pasa a la
justicia federal. Allí el juicio durmió el suelo de las cosas olvidadas durante
quince años, en los que los herederos Bemberg han de haber movido algunas
“influencias” para que “no se hablara más del asunto”. “Hijos de tigre, tenían
que salir overos”.
En 1946, cuando recibí el gobierno y
no tenía ni noticias del “caso Bemberg”, un señor José Luis Torres inició una
campaña en los diarios y por folleros, sobre esta defraudación al fisco.
En ese entonces se había creado el
Ministerio de Educación, en reemplazo del antiguo Consejo Nacional de
Educación, que era quien percibía los impuestos a la herencia y las herencias
vacantes. Pedí al ministro que estudiara el asunto y cumpliera la ley. Desde entonces
el juicio marchó.
Sería largo historiar todo lo que se
comprobó en ese juicio que, por otra parte, ha sido publicado en extenso:
Las demandas eran de dos caracteres:
una por defraudación al fisco y otra por monopolio. Eran tan abrumadoras las
pruebas que ambos juicios aunque largos y laboriosos, terminaron condenando a
la sucesión Bemberg y ordenando la liquidación de sus bienes en rebeldía porque
todos los Bemberg habían desaparecido del país. Se comenzó la liquidación pero
mientras se estaba en ello, se comprobó que algunos testaferros actuaban para
adquirir para Bemberg lo que el mismo Bemberg vendía. Esta superchería hizo que
el Congreso tomara cartas en el asunto y dictara una ley especial sobre cómo
debía hacerse la liquidación.
Mediante esta ley, dictada en
resguardo de la justicia misma, fue posible que el Estado tomara cartas en el
asunto y procediera a una real liquidación de los bienes. Mediante ello también
fue posible que el Sindicato de Cerveceros y afines de la República Argentina,
que agrupa a todos los obreros de Bemberg, pudieran comprar las cervecerías y
los establecimientos afines, pagando un precio justo y convirtiéndose en
propietarios, mediante el sistema cooperativo. Tenemos más cerveza y es del
Pueblo.
También en este caso los “libertadores”
prometieron devolver a Bemberg, que los “financió”, sus bienes, despojando a
los obreros que compraron de buena fe, mediante un fallo definitivo de la
justicia y una ley nacional que dispuso la liquidación.
Aunque estos “libertadores” han dado
muestras de desconocerlo todo, imagino que entre ellos habrán algunos que
tengan algo de juicio y conozcan algo de derecho, aunque generalmente en las
dictaduras militares el derecho suele ser la cosa más olvidada, más desconocida
y más aborrecida: los dictadores son el derecho. Por eso Cicerón afirma: “La
fuerza es el derecho de las bestias”.
IX. El caso del Uruguay
Lo que la familia Bemberg fue en la
Argentina, el Uruguay es en Sur América. Aquélla acaparó cerveza, éste acapara
democracia, pero en mentalidad y procedimiento, no hay diferencias.
Yo nunca he sentido sino afecto
hacia este pequeño país tan vinculado al nuestro por lazos de sangre; tal es
para mí así que, una de mis abuelas era uruguaya, de la Banda Oriental como le
llamábamos entonces.
Pero de un tiempo a esta parte, sus
gobiernos se han puesto insoportables por su mala educación y sus malas
costumbres. La buena vecindad la entienden siempre que nosotros seamos los
buenos y ellos los vecinos.
Cuando en 1946 me hice cargo del
gobierno, el señor Batlle Berres, que entonces era Presidente de la República
Oriental del Uruguay, me pidió una entrevista que dispuso fuera en el Río de la
Plata, donde nos encontraríamos el día y la hora que él también dispuso. Yo
creí que, con tanta exigencia, nos iría a dar algo, pero no fue así.
Yo acepté y un día nos encontramos
en el Río de la Plata cerca de Carmelo, donde concurrí en el pequeño barco de
la Presidencia y él lo hizo en un barco grande pintado a rayas. La entrevista
fue relativamente cordial. Yo me acompañaba con Don Miguel Miranda, Presidente
del Consejo Económico, por si había “algo que recibir”. Se trataron de algunos
temas naturalmente “democráticos” y Batlle Berres me leyó una declaración que
haría de carácter también democrático dirigida al Uruguay. Después fuimos al
asunto. Se trataba que el gobierno argentino permitiera pasar al Uruguay ganado
sin cobrar en dólares y que se hiciera una política cambiaria que permitiera a
los argentinos ir a veranear a Montevideo.
Con referencia al ganado, en ese año
habían pasado ya en esas condiciones, ochenta mil cabezas y el Presidente pedía
cuarenta mil cabezas más con la palabra que serían empleadas en el consumo y no
en la exportación. Consultado Miranda encontró inconvenientes porque en ese
momento había carencia de ganado en los frigoríficos. Sin embargo, tratando de
tener un gesto amistoso con el Uruguay, accedimos y prometimos disponer lo
necesario para hacer efectiva la entrega, siempre que fuera para consumo y no
para competidor en los precios con la exportación argentina.
Prometimos ocuparnos de favorecer el
turismo argentino a Montevideo en lo que nos fuera posible, sin perjudicar
nuestros balnearios.
Este fue el comienzo. Estábamos
lejos de imaginar lo que ocurriría después.
En el año 1947 comenzamos a padecer.
Una campaña insidiosa se inició en los diarios del Uruguay contra el gobierno
argentino. Nadie le hizo caso. Todos nos limitamos a exclamar, Va, es el
Uruguay. Poco tiempo después se inició por la radio la misma campaña, pero
entonces ya supimos que era Bemberg quien la financiaba y también agentes de
los Estados Unidos. Dijimos entonces, Dios los críe y ellos se juntan.
Hasta entonces el gobierno
disimulaba su intervención, aunque nosotros sabíamos bien a qué atenernos.
En esa oportunidad explotó una
bomba. Resultó que, quebrantando su palabra, el Presidente Batlle Berres, con
alguno de sus allegados, había realizado un negociado con las cuarenta mil
cabezas de ganado, pedidas en nombre de su pueblo. Las habían hecho faenar en
el Frigorífico Nacional y las habían exportado en competencia con nuestras
carnes, lo que trajo una disminución en los precios.
Hicimos saber este hecho a la
Embajada y como era natural, no recibimos ni contestación. Dada la naturaleza
de la cuestión, era lógico que así fuera, pero desde ese momento no se autorizó
más ventas de ganado al Uruguay en esas condiciones.
La República Argentina compraba toda
la arena para construcciones en Carmelo, favoreciendo así a numerosos areneros
y al intercambio comercial entre los dos países. Mi acuerdo fijaba que ese
intercambio se produciría siempre por créditos recíprocos, a cubrir siempre con
mercaderías. En el año 1949 terminó el convenio y el Banco Central de la
República Argentina fue condenado a pagar en cuarenta y ocho horas el saldo,
que importaba unos tres millones de dólares. Esto dio lugar a gestiones ante el
gobierno uruguayo que contestó que eran cuestiones del Banco Central,
desentendiéndose del asunto. Fue necesario pagar los tres millones de dólares
en un día. Pero, bien valía esto la experiencia.
Nosotros no podíamos, ni queríamos
seguir pagando la arena en dólares. Se organizaron las compañías areneras
argentinas y hoy ciento cincuenta barcos y casi diez mil obreros argentinos
viven de esa actividad. Uruguay ha perdido definitivamente el mercado.
Tan pronto esto sucedió, arreció la
campaña radial y publicitaria contra nuestro gobierno. El gobierno uruguayo
tomó a sueldo a todos los exiliados y traidores argentinos que encontró y sin
el menor reparo se organizó un comando revolucionario al que puso a su
disposición fondos y otros medios. Uruguay pasó a ser refugio de facinerosos y
un portaaviones de los que huían después de sus fracasados golpes criminales.
Política peligrosa para el Uruguay,
porque eso puede quedar como un recuerdo, para devolver el favor cuando sea
oportuno. A mi me han visitado varias veces algunos uruguayos para hacer una
revolución. Yo los convencí de no hacerla y dije que no me prestaba para
intervenir en los asuntos internos de otros estados. ¡Francamente, hoy estoy
arrepentido!
El comportamiento miserable del
Uruguay en 1947 con el Paraguay, se ha repetido en 1955 con la Argentina, con
la misma falsedad y la misma hipocresía.
Se han quejado del cierre de la
frontera, ocasionada porque estos señores vivían del contrabando y de paso, nos
inundaban de panfletos. La misma queja debe sentirse entre los ladrones y
criminales cuando les cierran las casas.
Señores uruguayos: han perdido el
derecho de invocar el honor porque su gobierno ha conspirado contra un vecino y
ha participado en la lucha por el mismo móvil que los revolucionarios
argentinos: el dinero. Ellos lo cobraron en efectivo; ustedes en vacas, turismo
y radios. Dios los perdone. Todavía algún día hablaremos.