Ushuaía
Foto: Gloria Jiménez
Un tigre hambriento consiguió
atrapar un zorro y se dispuso a devorarlo. Disimulando su terror y sacando
fuerzas de flaqueza, el zorro, en su intento por sobrevivir, dijo:
—¡Un momento! ¡Detente! Te
aseguro que yo soy el rey de los animales del bosque. Tal es el mandato del
Dios Celestial que nadie puede desobedecer. A pesar de tu mucha fuerza, no
podrás hacerme ningún daño, pues, si lo intentaras, serías severamente castigado
por el Cielo.
—¡Vaya! —exclamó sorprendido el
tigre—. Jamás había oído cosa semejante. ¿Cómo puedes demostrarme que
efectivamente eres el rey de los animales del bosque por decreto del Dios
Celestial?
—Nada es más fácil que eso
—declaró el zorro, aparentando seguridad y arrogancia—. Ahora vamos a dar un
paseo por el bosque. Tú sígueme a corta distancia y observa cómo todos los
animales huyen de mí.
Componiendo la figura y pisando
con firmeza, el zorro comenzó a caminar airosamente, seguido a corta distancia
por el tigre. El felino se quedó totalmente perplejo cuando comprobó que los
animales salían corriendo al paso del zorro, sin percatarse de que era del
feroz tigre y no del inofensivo zorro del que huían.
MORALEJA: Más vale astucia que fuerza.
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