Una vez un profesor de filosofía apareció
en su clase con una gran vasija de cristal y un balde lleno de piedras redondas
del tamaño de una naranja.
¿Cuántas piedras podrían entrar en la
vasija?– preguntó. Y mientras lo decía, demostrando que la pregunta era sólo
retórica, empezó a colocarlas de a una, ordenándolas en el fondo y luego por
capas hasta arriba.
Cuando la última piedra colocada
sobrepasaba el borde de la vasija el maestro dijo:
¿Estamos seguros de que no entra ninguna
más? –todos los alumnos asintieron con la cabeza o contestaron afirmativamente.
—Error –dijo el docente y sacando otro
balde de debajo del escritorio empezó a echar piedras de canto rodado dentro de
la vasija. Las piedrecillas se escabulleron entre las otras ocupando los
espacios entre ellas.
Los alumnos aplaudieron la genialidad de
su docente.
Y cuando hubo terminado de llenar el
recipiente, dejo el balde y volvió a preguntar:
¿Está claro que ahora sí está lleno?
–ahora sí contestaron los alumnos satisfechos…pero el maestro sacó de abajo del
escritorio otro balde.
Este venía lleno de una fina arena blanca.
Con la ayuda de una gran cuchara, el profesor fue echando arena entre las
piedras ocupando con ella los intersticios entre ellas.
—Ahora sí podemos decir que está lleno de
piedras –dijo el profesor.
¿Pero cual es la enseñanza? –preguntó a
los alumnos.
Un murmullo invadió la sala. Se hablaba de
la necesidad de orden, de acomodar las cosas, de astucia e ingenios, de no
confiar en las apariencias y de tantas otras cosas muy simbólicas.
—Todo eso es verdad –intervino el creativo
docente, pero hay un aprendizaje más importante.
Es importante hacer primero lo primero. No
se trata de apurarse a poner las cosas en su lugar ansiosa y descuidadamente.
Si yo no me hubiera ocupado de poner primero en su lugar a las piedras grandes,
después de la arena las piedras no hubieran tenido espacio.
Este cuento, recogido por Jorge Bucay,
tiene una continuación en un comentario de un alumno suyo, el cual, una vez
hizo el experimento, se acercó a la vasija y, sacando de su mochila una lata de
cerveza, la vertió en el interior de la misma, filtrándose entre la arena y las
piedras, tras lo cual afirmó:
“Esto demuestra que, a pesar de lo muy
ocupado que estemos, siempre hay lugar para compartir una cerveza con los
amigos”.
Dos cosas a tener en cuenta sobre esta
enseñanza de prioridades:
1) Ningún orden es definitivo e
inalterable. Mi lista depende el momento de mi vida.
2) Mi propio orden no tiene por qué
coincidir con el orden de otros. Lo que para uno es una piedra, para otro es
arena y viceversa.